Biodiversidad

Biodiversidad en Chile

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En términos medioambientales, Chile posee dos características estructurantes: un gradiente latitudinal, que va desde los 18 grados hasta los 56 grados de latitud sur, y un gradiente altitudinal, que va desde fosas oceánicas de 8 mil metros de profundidad hasta los 7 mil metros de altitud en algunos puntos, lo que hace de Chile un país altamente heterogéneo en términos de las condiciones geográficas que permiten sustentar su diversidad biológica.

El patrón climático generado por ambos gradientes posibilita que Chile posea, a su vez, alguno de los sitios con menor precipitación del planeta y áreas con el mayor número de días lluviosos al año. En el mar también contamos con una gran diversidad de ambientes, desde fiordos, fosas y cañones marinos cerca de la costa hasta montes marinos cerca de islas oceánicas. Sin embargo, esta evidente diversidad de condiciones ambientales no necesariamente se traduce en una elevada diversidad biológica. En efecto, Chile presenta una de las menores diversidades específicas de fauna y flora silvestres en comparación con el resto de los países sudamericanos. En el caso de las aves, en Chile habitan algo más de 450 especies; no obstante, en Argentina coexisten sobre las 800 especies, en Bolivia y Perú sobre las 1.200 especies y en Colombia 1.721 especies. Situación similar ocurre con la diversidad de plantas angiospermas, en donde Chile posee sólo 5.300 especies, mientras países como Brasil sobrepasan las 55.000 especies (Conservación Internacional, 2005).

Unido a la presencia de ambos gradientes, Chile terrestre posee la curiosa característica del aislamiento, muy asimilable a una isla. Así, la parte terrestre del país está separada al este del continente por la cordillera de los Andes, al norte por el desierto de Atacama y de Tarapacá, y por el sur y el oeste, por el vasto Océano Pacífico, que en conjunción con la historia geológica del país, aparentemente habrían condicionado la existencia de especies extremadamente singulares para el territorio chileno, lo que otorga la país una condición de muy alto endemismo. Es así como en Chile, entre muchos ejemplos, podemos encontrar la queñoa (Polylepis tarapacana), único árbol que crece en forma natural a más de 4.000 metros de altitud. Otro ejemplo de alto endemismo son las Orestias, pequeños peces que se encuentran restringidos a los espejos de agua presentes en los salares del altiplano chileno, de las cuales se desconoce en gran parte su historia natural. Otro caso particular es el monito del monte (Dromiciops gliroides), que constituye una de las dos especies de mamíferos que son las únicas representantes de un orden completo (Microbiotheria). La otra especie exclusiva es el cerdo hormiguero africano, único representante del orden Tubulidentata (Wilson & Reeder 2005).

Para Chile, se han descrito alrededor de 30.000 especies (Simonetti y otros, 1995). Es decir, el equivalente al 1,93 por ciento de todas las especies descritas en el planeta, las que alcanzarían alrededor de 1,4 millones, según Wilson (1992). Chile es un país pequeño en superficie continental y pareciera ser que la magnitud de su biodiversidad refleja esta característica. No obstante esta limitación, aún falta el 98 por ciento de nuestras especies «chilenas» por descubrir y describir.

Si somos conservadores, la biodiversidad chilena tendría un potencial de descubrimiento de alrededor de 170 mil nuevas especies para los próximos años, las que probablemente en más de un 50% corresponderán a artrópodos. Este potencial de descubrimiento no es exagerado, si se tiene en cuenta que incluso animales mayores todavía no han sido descritos.

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