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Activistas a bordo

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Esperanza es el barco más grande de Greenpeace. De visita en Chile, la embarcación reclutó a varios voluntarios chilenos, a quienes está preparando en el activismo. Recorrimos junto a ellos la ruta entre Valparaíso y Puerto Montt.

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El último día del Esperanza en Valparaíso, más de mil personas subieron al barco de Greenpeace, la embarcación con la que la organización ha hecho campaña contra la caza de ballenas en la Antártica, la explotación de petróleo en el Ártico y por la protección de glaciares en Chile. Fue el domingo 6 de diciembre y esa misma noche partió rumbo a Puerto Montt.

Ocho chilenos, voluntarios de la organización en Santiago y Valparaíso, se quedaron en el barco para aprender a ser tripulantes. Cinco días de viaje, a seis nudos (11 km/h), a veces menos, porque vientos de hasta 60 km/h obligaron a bajar la velocidad. Y mucho movimiento.

Andrés Altamirano (32), uno de los más entusiasmados con la visita del Esperanza a Chile, lo esperaba desde hace tiempo, cuando el Arctic Sunrise -otro de los barcos de Greenpeace- visitó el país hace 10 años. Su sueño es convertirse en tripulante y viajar haciendo activismo por el mundo, como Caterina Torresanti (Cat), italiana que lleva seis años embarcada, o Andrés Soto, mecánico chileno de los barcos de la organización.

Voluntario de Greenpeace hace 15 años, Altamirano es uno de los que más tiempo ha permanecido en la organización (en promedio, un voluntario se queda entre 3 y 3,5 años). Ha estado en protestas como la de Montreal, Canadá, en que los activistas se cubrieron de petróleo durante la realización del Congreso Mundial de Energía (2010), y en la protesta fuera de la celulosa Celco, en Nueva Aldea (2006), la que bloquearon por 30 horas para que no descargara residuos al río Itata. Ha sido golpeado y detenido, pero también apoyado por los mismos pobladores donde ha ido a protestar.

“Para mí la organización cumple con los principios de vida que sigo, es como una herramienta que ocupo para que se logren, para hacer que la gente tenga un cambio en su pensamiento de cómo ve el medioambiente, es una línea para hacer acción directa y además ocupa la no violencia, herramienta que intento utilizar en el día a día”, dice.

A bordo del Esperanza, Altamirano participó de un ejercicio en botes, en los que simularon un rescate, y realizó parte de las tareas que son rutinarias para quienes viven en el barco, como la limpieza y pintado, porque la batalla contra el óxido es permanente.

¿Qué hace que los voluntarios sueñen con quedarse en el barco? “Es el mejor trabajo del mundo”, dice Cat (30). Ella es “decan”, es decir, hace desde guardia hasta de ayudantes de mecánica. Aprenden de todo. “Me gusta todo, las campañas, los lugares a los que vas, las cosas feas y lindas que ves en el mar”, dice.

Su primer viaje fue al Polo Norte. “Ahí entendí la campaña. Todos dicen que tenemos que salvarlo, pero luego vas, lo ves y dices: tenemos que proteger este lugar tan prístino”, dice. Allí tomó fotos del hielo y de los osos polares para llevárselas a sus sobrinos. “Quiero que los vean, pero si se va así de prisa no podrán verlo. Los glaciares van a verlos simplemente en los libros y eso me asusta”, dice.

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Esa preocupación la comparten los voluntarios chilenos. Javiera Hernández (20) lleva cuatro meses en la organización de la que oyó desde pequeña y entró para intentar salvar el planeta, “ya que veo que en vez de cambiarlo lo están destruyendo”, acusa. Diego León (25), activista hace cinco años que también entró por querer hacer algo, a pesar de que tenía prejuicios -”pensaba que eran puros hippies”-. Ahora piensa en dedicarse al derecho ambiental.

Raphael Schmiedebach, licenciado en ciencias náuticas, es el segundo oficial. Ingresó a Greenpeace directo a los barcos hace más de un año y su primer viaje fue en el Sunrise desde las islas Canarias hacia el Mediterráneo, uno de los viajes más complicados, pues el barco fue detenido y una de las activistas fue herida tras la embestida de la Armada española. “Fue duro, porque ellos nos trataron como piratas”, dice.

Lo más difícil de pasar lapsos de tres meses embarcado: las relaciones rotas, dice. “Pero es algo que elegí y amo mi trabajo”.

 

Fuente: La Tercera 
www.chiledesarrollosustentable.cl

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