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CIUDAD: SANTIAGO A PEDALES

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A pesar de múltiples obstáculos, el uso de la bicicleta como medio de transporte en Santiago ha aumentado al punto de empinarse como la capital sudamericana en el tema. Ahora hay que hacerse cargo del paso siguiente.

La bicicleta siempre ha sido una solución “políticamente correcta” para los temas de contaminación y congestión de las ciudades. Pero a la hora de considerarla un medio de transporte, son mucho menos los que la toman en serio. Excusas para no ocuparla, la lista de clichés es larga: “hay que ser suicida”, “Santiago es demasiado empinado para usarla”, “las distancias son muy largas”, “no quiero llegar sudado a mi destino”. Sin embargo su uso ha crecido explosivamente.

En las encuestas de origen-destino de SECTRA el uso creció modestamente de 2 a 3% de los viajes de Santiago entre el año 1991 y 2006. Un estudio reciente de la consultora Urbanismo y Territorio (U y T), además, estimó que desde el año 2005 el uso de las ciclovías ha crecido anualmente en 18%, lo que haría pensar que a lo menos se ha duplicado la cifra de 3% de los viajes del año 2006. ¿Será creíble que 6% de los viajes de Santiago se hacen en bicicleta? Probablemente no. Pero la explosión se ha visto donde más importa, en las zonas más congestionadas de Santiago.

Recuerdo el año 2007, cuando empecé a moverme por Santiago me encontraba con las mismas personas en mi trayecto entre Vitacura y el barrio República. Hoy he debido cambiar mi trayecto por algunas ciclovías como Santa Isabel o Curicó, ya que el nivel de congestión encontrado es tal que parece cicletada. Los ejes de Costanera Andrés Bello, Pocuro, Antonio Varas, son un constante ir y venir de personas de toda edad y perfil socioeconómico.

El aumento del uso de bicicleta nos debería alegrar. Son menos emisiones cuando más lo necesitamos. No se consumen combustibles fósiles, que cada vez son más caros. Y mientras más personas la usen, nuestros índices de obesidad bajarán, disminuyendo los costos en salud que debemos pagar como Estado o como privados.

Sin embargo, ya que hay reglas claras sobre dónde deben transitar, públicamente se han cubierto más los conflictos con personas, más que nada de la tercera edad, que se sienten amenazadas por aquellos ciclistas que transitan por la vereda. En ese sentido el Estado está en deuda respecto a reglamentar y facilitar el uso de las calles para ciclistas. Por otro lado, a algunos ciclistas novicios les ha faltado sentido común, ya que la vereda es el territorio del peatón, que podemos tomar prestada, pero debemos tratar con el respeto que reclamamos a los automovilistas.

Los estacionamientos de bicicletas también están haciendo falta. Son vox pópuli los conflictos en edificios de Sanhattan, donde hay listas de espera de meses para los cicleteros (que se construyen para albergar entre 100 y 200 bicicletas). En ausencia de estos, los ciclistas usan el mobiliario urbano, bancas, árboles, postes, semáforos, para poder estacionarse, a riesgo del temido robo de nuestra preciada “chancha”. Incluso con todos estos problemas es tanto el rechazo que les produce el taco a ciertas personas, que prefieren pedalear por Santiago en condiciones sub-óptimas.

Cuando se presentaron las 38 medidas de mitigación para la llegada del Costanera Center no se mencionó ninguna para peatones ni para ciclistas. Y ahí están igual. Pero, a pesar de la contaminación y del frío, los ciclistas aumentan. Y espérense a la primavera. Porque Santiago, sin necesariamente asumirlo, se está transformando en la capital sudamericana (dentro de las ciudades más grandes) del uso de la bicicleta. Y sólo queda imaginar, ¿si se tomara en serio como medio de transporte?

Por Marcelo Mena, director del Centro de Sustentabilidad UNAB

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