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«Hidroaysén no parece viable ni deseable»
Raúl Sohr:
Periodista, sociólogo, escritor, con estudios en Chile, París y Londres, colaborador de diversos medios de comunicación, experto en temas geopolíticos, de defensa, seguridad y energía. Este año publicó Chile a ciegas. La triste realidad de nuestro modelo energético y antes Chao Petróleo.
El mundo y las energías del futuro. Como corresponsal de guerra ha sido testigo directo de varios conflictos internacionales; estuvo en las Malvinas en 1982 y en Belgrado durante los bombardeos de la OTAN. Raúl Sohr es el último analista internacional que va quedando en la televisión abierta en Chile. Para su trabajo, revisa regularmente la prensa internacional en al menos cuatro idiomas. Cree que “una ciudadanía empoderada es necesariamente una ciudadanía informada, con opinión. Eso es la esencia del pensamiento progresista: confiar en la gente. El despotismo ilustrado es nocivo”.
¿Coincide con Allamand en que HidroAysén “está muerto”?
HidroAysén no tiene viabilidad en el futuro inmediato, aunque el proyecto tiene una serie de variantes que aún se pueden investigar. Si uno ve que la mayor amenaza que hoy tenemos en el mundo es el calentamiento global, y mira el futuro de la producción energética, vamos a tener que buscar formas limpias de generación. Entonces vamos a decir no al carbón por sus emisiones, aceptaremos un mínimo de diesel, y como energía de transición queremos gas, dentro de los fósiles. La hidroelectricidad es una energía deseable, el tema allí es cómo podemos compatibilizar esos ríos que tienen un caudal muy interesante con proyectos y líneas de transmisión menos agresivas.
¿HidroAysén podría ser deseable como proyecto?
En su condición actual, como un oligopolio, HidroAysén no parece viable ni deseable. Habría que hacer otro proyecto, con la comunidad, dentro de un marco de ordenamiento territorial, donde se definiera cómo serían esas represas, y donde sean las comunidades locales las que incidan en su forma y destino. No seré yo quien defina lo que le conviene a los ayseninos. La participación de las comunidades es esencial. Sin eso, ni siquiera hablar.
¿Cómo es nuestra realidad energética? ¿Es orwelliana, en el sentido que el sistema generó los controles para hacer casi imposible un cambio?
Aquí hubo una dictadura que privatizó todo, entregó las aguas, creó una omnipotencia con barreras de fuego que no permiten alterar la situación… Por lo tanto, la impotencia responde a una estructura que se creó bajo la dictadura y que ha seguido vigente.
La democracia, en nombre del bien común, debiera cambiar la situación, pero no lo hace.
Peor aún: el proceso de concentración de riqueza siguió agudizándose en las décadas posteriores a la dictadura, el modelo ha seguido plenamente vigente y uno de los ejemplos más tóxicos de ello es la situación energética, en que tenemos una energía comparativamente cara, sucia e insegura. Y con un mercado que ha fallado miserablemente en generar soluciones, pues estamos con un gran déficit en el campo de la transmisión y el de la generación. Ha habido una política deliberada de impedir el ingreso de nuevos competidores que amenacen el oligopolio.
Usted, y la gran mayoría del país, propicia la participación ciudadana. ¿No le parece que si esto ocurriera los proyectos se harían inviables? Nadie va a aceptar proyectos en su territorio…
Es un tema también de compensaciones. He seguido varios procesos y las empresas han sido en general muy mezquinas a la hora de negociar con las comunidades locales. En Ralco no estaban dispuestos a hacer concesiones mínimas. Recuerdo haber entrevistado a un pehuenche que me decía que no quería televisión… “para que el cabro no se me ponga estúpido. Estoy feliz así como estoy, no quiero electricidad. Me levanto y me acuesto con el sol”… En otro caso, a las comunidades les ofrecieron las piedras que iban a sacar. Es una falta de sensibilidad y respeto. La gente quiere progreso, vivir bien, quiere empleos. No se opone a los proyectos por maldad. Pero nadie quiere que le envenenen a sus hijos o le deterioren su calidad de vida. Si hay un proyecto de 10 mil millones de dólares se debiera ser capaz de ofrecer una buena mitigación que represente un progreso efectivo para las comunidades y ahí va a haber más apertura.
Se habla de fomentar las energías renovables no convencionales (ERNC), pero se hace casi nada para remover los obstáculos que éstas tienen.
Cuando Colbún dijo que paralizaba HidroAysén hubo de inmediato una reunión del Presidente con los grandes empresarios de la energía. Nadie sabe qué pasó ahí y con eso aumenta la desconfianza. ¿Desde cuándo la energía es un tema de empresarios? Es un tema de ciudadanía, es un tema de interés nacional, allí debieron estar los senadores interesados en el tema, los grupos ciudadanos, es decir, mucha gente que tiene cosas importantes que decir al respecto y que por respeto mínimo debería estar informada de lo que se está pensando hacer. Esa manera de darle todo el poder a los empresarios es parte de la toxicidad.
¿Cómo avanzar en resolver el problema?
Hay que partir de la premisa de que el país es de todos y que el tema energético es un tema capital que tenemos que resolver de consenso en el marco de un amplio ordenamiento territorial. Acordar cómo vamos a aumentar nuestra actual capacidad energética en un plazo dado, qué matriz de fuentes energéticas queremos, cuánto van a aportar las renovables y no convencionales, qué condiciones les vamos a poner a los inversionistas en minería que vengan a instalarse, qué porcentaje de renovables debieran tener y de dónde van a obtener el resto; así como definir antes de invertir cuánta agua necesitarán y de dónde la obtendrán, o qué necesidades de desalinización van a tener. Y el Estado debe participar en ello, con un ordenamiento territorial, organizando los proyectos de manera coherente con la inversión proyectada. Con eso se le hace un tremendo servicio al país y también a los propios inversionistas, que esperan condiciones claras para invertir.
Todo eso implica un rol activo del Estado, una voluntad política que no existe, y desmantelar el control del oligopolio energético.
Implica todo eso y otra cosa fundamental: la descentralización. Acá las regiones tienen que jugar un papel cada vez más importante. Parte del rechazo y desconfianza que hay es porque la gente solo recibe las externalidades negativas de proyectos que benefician a otros. La centralización ha sido increíblemente tóxica para el país. Por eso exactamente el título de mi libro: estamos a ciegas. No hemos visto la luz.
¿Cuál es tu escenario de salida?
La solución pasa por los movimientos ciudadanos, y creo que ya hay manifestaciones de ello, en Magallanes, en Aysén, en Freirina, en Castilla. Los estudiantes han jugado el rol más importante al sacudir este país. Eso tiene que continuar, en la medida que existan y se fortalezcan los movimientos ciudadanos se podrán hacer reformas de bien común que coloquen en primer lugar el interés de la gente y las regiones. Los oligopolios nos imponen condiciones inaceptables de precios, de inseguridad. Esto es generalizado: se da en energía, en las isapre, las AFP, las farmacias, la educación, es todo lo mismo.
¿Y cuales son a su juicio los puntos básicos de un consenso a construir?
La idea de un Estado que pueda dar garantías porque tiene detrás un consenso ciudadano efectivo es el capital más importante para todos, incluidos los empresarios. Eike Batista (proyecto Castilla) o el Grupo Suez (proyecto Barrancones) deben haber quedado muy molestos con Chile, pues invirtieron bastante dinero en hacer proyectos y estudios para que casi al empezar las obras les digan que el proyecto no va. Si hay un debate y un acuerdo civilizado, con claridad en las reglas, y hay disposición a hacer mitigaciones para reducir las externalidades negativas y generar alicientes, se nos va a hacer la vida infinitamente más fácil. La gran mayoría de los empresarios entiende eso muy bien.
¿Qué le parece el reciente anuncio de retomar los estudios sobre energía nuclear?
¡Me tiene perplejo! Me sorprendió. De partida, no hay presupuesto para eso, no hay ítem en la ley. No parece algo serio. Además, no se puede hablar de una central, sino que hay que pensar en varias. Y éste es uno de los países más sísmicos.
¿Y cuál es el escenario global de las energías renovables no convencionales (ERNC)?
Las ERNC las están tomando en serio todos los países grandes. Yo sigo con atención lo que pasa en China, que es esencial para entender cómo están cambiando los balances en todo sentido. Y China es el país que más ha desarrollado las ERNC. Ahora, también son los que más usan carbón, los que más centrales nucleares construyen. Y acaban de terminar Tres Gargantas, la hidroeléctrica más grande del mundo… Ellos tienen una demanda de energía enorme que los obliga a ser primeros en todas las fuentes. Y así y todo hay cortes de energía en varias ciudades chinas porque aún les falta. Explotan todo lo que tienen, importan todo lo que pueden y aun así no dan abasto. Eso es crecer al 10% anual donde viven 1.300 millones de personas…
En el caso de Chile, ¿existe ese déficit de energía del cual tanto se habla?
Hasta 2016 no habrá déficit de energía. Estamos relativamente bien cubiertos. Pero si pasa el tiempo y no se hace nada, la cosa se va poniendo seria.
Pero también depende de que las inversiones mineras efectivamente se hagan. Y eso implica no sólo que dispongan de energía, sino de agua y de un precio del cobre que siga alto.
Y también depende del ahorro y la eficiencia. Podríamos gastar un 30% menos si lo tomamos en serio. Y depende de qué exigencias hacemos en términos de ahorro. Lo he hablado con empresarios de las grandes mineras: a ellos les importa poco el precio de la energía, pues el precio del cobre flota con el de la energía. Para ellos hay una sola preocupación: tener tanta energía cuando y donde la requieren. No les importa el precio, prefieren pagar lo que sea, con mentalidad minera, vamos sacando, dejando el hoyo y “lo que pase después no es problema mío. A mí me pagan por sacar el cobre”. ¿Y las energías renovables? “Bueno, cuando estén funcionando y me las den garantizadas, ahí las compro, no voy a hacer experimentos”. Por eso, sólo si hay una política que los obligue a tener un porcentaje de eficiencia y ERNC el actual escenario puede cambiar.
En tu libro planteas la posibilidad de una mejor integración regional, con redes internacionales de energía. Chile parece aislado en eso, ¿no?
Efectivamente, tenemos relaciones complicadas con vecinos que tienen gas en abundancia. Perú tiene Camisea, le vende gas a California, le podríamos comprar al mismo precio, y no tener que traer gas desde Trinidad y Tobago ¡o desde Indonesia! Imagínate el ahorro con un gaseoducto desde el sur de Perú. Lo mismo con Bolivia. No hemos sido proactivos en el campo energético en nuestras relaciones internacionales, siendo que para Chile el mayor problema es el tema energético. Un alza brusca del precio del petróleo por una guerra en Irán hace que nuestras empresas dejen de ser competitivas. Cuando la energía es más del 30% de los costos de producción, se es muy sensible al precio de la energía. Por lo tanto, el tema aquí es cómo se coloca la energía como una variable central de nuestra política exterior. Gastamos sólo 7 millones de dólares en eficiencia energética y 5 mil millones en gastos militares. En ese sentido, me parece fundamental la relación con Brasil, país clave en materia energética: tiene grandes reservas petroleras, enormes recursos hidroeléctricos. Podríamos comprarles electricidad. Hoy nos abastece con más de un tercio del petróleo que consumimos. Chile debiera buscar un acuerdo energético más profundo con Brasil. Chile ha ignorado la política como elemento de acercamiento con otros países. No es casual que Dilma Rouseff no haya venido a Chile. Si va a haber una integración sudamericana seria, no se puede hacer sin Brasil.
Luego de la “cumbre” energética empresarial con el Presidente se anunció que se iba a apurar el tema de la carretera eléctrica. Pero se presentó un proyecto bastante poco afinado.
Está claro que hay que ampliar las capacidades de transmisión, desde el sur hacia el norte, pero la sospecha es que esto vaya a las mineras. En rigor no es una carretera pública, pues lo único que haría el Estado es allanar las servidumbres de paso. La forma de cómo están pensando la “carretera eléctrica” es totalmente negativa: lo que quieren hacer es que un consultor experto contratado les recomiende por dónde pasar. O sea, cero participación ciudadana, cero consideración de las regiones: es más de lo mismo. Yo creo que no se entiende que estamos en una democracia con una ciudadanía más empoderada que no aceptará lo que no quiere y no la podrán forzar. El caso de la rebelión social y transversal en Aysén fue claro. No aprendieron la lección.
por Por Pablo Sepúlveda
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