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Los geoglifos de Chug-Chug, las joyas desconocidas del desierto de Atacama

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Esta zona alberga una de las mayores concentraciones de geoglifos del mundo. Patrimonio arqueológico casi desconocido que corre peligro por el impacto de la minería y los «rallys» deportivos que se corren en el norte de Chile.

En la zona de Chug-Chug, situada en la región de Antofagasta, más de 1.600 kilómetros al norte de Santiago, hay cerca de 500 figuras repartidas por las laderas de los cerros.

Según cuenta a Efe el arqueólogo Gonzalo Pimentel, de la Fundación Desierto de Atacama, algunas figuras datan del año 1000 antes de Cristo, aunque la mayoría fueron realizadas entre el 900 y el 1450 después de Cristo.

Este experto cree que los responsables son indígenas de etnias atacameñas y tarapaqueñas que habitaron esa zona que entonces abarcaba también el norte de Argentina y el sur de Bolivia.

También pueden ser miembros de otras razas, ya que la zona de Chug-Chug era lugar de paso de una ruta caravanera que unía el oasis de Calama, en pleno desierto, y Tocopilla, a orillas del Pacífico.

La temática de los geoglifos, que alcanzan un tamaño de hasta treinta metros, es rica y variada. «Predominan las figuras geométricas, como círculos concéntricos, y la chacana, conocida como la cruz andina», explica Pimentel.

También representan figuras humanas ataviadas con tocados y vestimentas, y animales que los antiguos habitantes del desierto de Atacama cazaban, como aves y llamas.

Estos imponentes vestigios de culturas milenarias son, sin embargo, unos grandes desconocidos en el desierto de Atacama, el más árido del planeta.

Pese a estar cerca de un polo turístico mundialmente reconocido como San Pedro de Atacama, no hay ningún «tour» que lleve a los visitantes hasta Chug-Chug ni ningún organismo público que vele por la preservación de los geoglifos.

«Esto se debe a la falta de una política integral», opina Pimentel, quien considera que Chile «nunca ha sabido muy bien qué hacer» con su patrimonio arqueológico.

«Al no existir en Chile una política cultural clara, no se logra visualizar el valor turístico y económico que tienen esos geoglifos», sostiene el arqueólogo.

En el Servicio Natural de Turismo (Sernatur), dependiente del Ministerio de Economía, reconocen que los geoglifos de Chug-Chug son poco conocidos, incluso en la región donde se encuentran.

«A veces solo se conocen por las protestas de los ambientalistas y los grupos de defensa del patrimonio cuando se hacen rallys», señala a Efe la directora del Sernatur en Antofagasta, Irina Salgado.

Por eso, las autoridades trabajan en un plan de turismo sustentable que puede incluir los geoglifos a partir de 2014.

El proyecto, explica Salgado, incluye el transporte para desplazarse hasta ese lugar desde las ciudades más cercanas y la participación de los operadores turísticos para que incluyan las nuevas rutas en sus circuitos.

También buscan acuerdos con universidades de la región para que se hagan cargo de la preservación de estos vestigios, uno de los aspectos que más preocupa a los expertos.

Y esta ansiedad se debe a la destrucción provocada por las empresas mineras y los rallys automovilísticos.

El arqueólogo Gonzalo Pimentel subraya que la mediación de la fundación que él encabeza ha establecido negociaciones con las mineras que, por lo general, han llevado a buen puerto.

Uno de los proyectos que amenaza el sector de Chug-Chug es el yacimiento Quetena, de la minera estatal Codelco, la mayor productora mundial de cobre.

Con una inversión cercana a los 244 millones de dólares (187 millones de euros), Quetena, que estará operativo a partir de 2015, será un yacimiento a rajo abierto a pocos kilómetros de la ciudad de Calama, lo que ha provocado también quejas ciudadanas.

Para evitar que la actividad de la mina dañe los geoglifos de Chug-Chug, se ha acordado con Codelco un plan de protección y difusión del medio millar de figuras que reposan en los cerros.

El problema de los «rallys» es más peliagudo. Y no se trata solo del Dakar, que desde hace cinco años incluye el desierto de Atacama en su trazado, sino de otras carreras de ámbito nacional o simples aficionados que salen a pasear en moto por las dunas.

«Los ‘rallys’ son el principal problema. Los pilotos no ven los geoglifos; simplemente, pasan por encima», denuncia este arqueólogo.

«Las empresas cada vez tratan de ser más cuidadosas, se pueden controlar y se les puede pedir medidas de compensación. Con los rallys nunca sabes quién ha sido el responsable», se lamenta.

Mientras se resuelven estos inconvenientes, los arqueólogos de la Fundación Desierto de Atacama siguen rastreando cerros y dunas en busca de nuevos hallazgos.

Pimentel asegura que los estudiosos descubren geoglifos en cada expedición, lo que le hace sospechar que tiene aún mucho trabajo por delante. «En 1976 se conocían en la región cinco sitios con geoglifos. Hoy tenemos 54», concluye.

Fuente:www.latercera.com

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