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LA MAGIA DE LOS FRAILECILLOS

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Preparado para aterrizar, un frailecillo atlántico lleva comida a su polluelo en las islas Treshnish, en Escocia. Los progenitores hacen hasta ocho excursiones diarias en busca de sustento; cada ave puede llegar a portar hasta una veintena de peces en el pico.
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El frailecillo atlántico se esfuma durante meses. Pero cuando regresa a tierra, la visión de esta intrépida ave marina es un bálsamo para los aficionados a la ornitología.Aquí llegan, aleteando con frenesí, el cuerpo convertido en una borrosa mancha blanquinegra, con el destello naranja de un pico de proporciones caricaturescas. Los acantilados, vacíos y oscuros durante meses, se convierten en un hervidero de vida con la llegada de los frailecillos atlánticos, llamativos y adorables, a finales de marzo.

Fratercula arctica, la menor de las cuatro especies de frailecillos, llega en masa a las abruptas islas y costas británicas para criar; cuanto más remotas, deshabita­das y libres de depredadores estén, mejor. No se sabe con certeza dónde ni cómo pasa el resto del año. Se refugia en algún punto de los vastos mares septentrionales, donde vuela, se alimenta y flota en soledad, lejos de la mirada humana.

Pero en primavera, ¡qué carnaval para los frailecillos! La cría es el único pretexto para que estas aves marinas tomen tierra. Entonces se convier­ten en unas criaturas intensamente sociales, que se cortejan, se aparean, se pelean. Se concentran en cifras que van desde unos cuantos cientos de parejas en Maine a decenas de miles en Islandia. Las islas Británicas, escenario de estas fotografías de Danny Green, atraen en torno al 10 % de una población total que se estima en 20 millones de frailecillos atlánticos (se ignora el número exacto). En Islandia recala casi la mitad.

Para la época de cría el frailecillo cambia de indumento. El pico gana grosor y colorido, las plumas negras son reemplazadas por otras blancas y aparecen ornamentos oculares. Tras el apareamiento, a menudo con la misma pareja año tras año, los frailecillos utilizan el llamativo pico y los pies palmeados para escarbar un nido en la tierra blanda. (En algunas zonas anidan entre rocas y peñas.) La hembra pone un único huevo, tras lo cual se turna con el macho para incubarlo bajo el ala. Cuando nazca el polluelo, también compartirán la labor de alimentarlo, aunque la hembra hará la mayoría de los viajes, volando rauda desde el agua con el pico lleno de peces, zafándose de gaviotas, págalos y otros «piratas aéreos».

A diferencia de las colonias de pingüinos, que suelen ser multitudinarias y ruidosas, las concentraciones de frailecillos son un remanso de paz y sosiego. En las islas Británicas, donde no se cazan desde hace un siglo (en Islandia la caza de frailecillos continúa siendo legal), estas aves de 20 centímetros de altura impresionan por su docilidad, que llega al extremo de tolerar a los visitantes humanos. Iain Morrison, quien lleva 42 años guiando a ornitólogos aficionados a las islas Treshnish, en Escocia, dice que «el contacto con estas aves reporta felicidad a las personas. Yo digo que los frailecillos son terapéuticos».

Sin embargo, la preocupación empieza a ensombrecer el rostro de quienes los estudian. En la última década casi todas las poblaciones han menguado. En ciertas colonias de Islandia, Noruega y probablemente las islas Shetland, en Escocia, se han registrado años sin apenas crías. Los pececillos preferidos de su dieta (anguilas de arena, espadines y arenques) son cada vez más escasos y menudos. El calentamiento del agua parece estar afectando la cadena alimentaria.

Mike Harris, quien estudia la colonia de la escocesa isla de May, no se anda con rodeos y habla claro: «Los frailecillos tienen problemas para criar». Con una esperanza de vida de 30 años, el frailecillo, al igual que otras aves longevas, «puede permitirse poner la reproducción en suspenso durante unos años hasta que mejoran las condiciones –explica–. Pero la actual racha de malos resultados, que ya empieza a durar demasiado, va a afectar inevitablemente a la población total».

Entre tanto, hay motivos de alegría en unos pocos lugares, como la isla de Skomer, en Gales. Por razones que aún no se conocen bien, en esta zona el número de frailecillos está aumentando y los nidos están repletos. Cuando llega agosto, los polluelos de la colonia parten sin novedad: primero a pie por las abruptas pendientes, luego a nado y por fin alzan el vuelo haciendo frente a largos meses de frío y soledad. Pero conocen el camino de regreso. Y cuando eres un frailecillo, ¿cómo vas a perderte una animada reunión primaveral?

 Fuente/nationalgeographic/ Por Tom O'Neill
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