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#10yearchallenge ¿De verdad éramos tan perfectos antes?

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¿Qué nos pasa con el paso del tiempo que muchas veces terminamos escondiéndolo detrás de lentes de sol, sombreros, cirugías o photoshop? Pareciera que la sociedad no nos da permiso para envejecer. Los aplausos se los llevan quienes buscan con esmero, algo que escapa al poder humano: detener el tiempo y ojalá retrocederlo.


En las últimas semanas he recibido decenas de posteos en Facebook, Twitter e Instagram con el #10 yearchallenge, donde las personas publican alguna fotografía suya junto a otra imagen sacada hace una década.

Fue así cómo me enteré que Luis Fonsi usaba lentes y recordé que Caitlyn Jenner se llamaba Bruce (el ex padrastro de las Kardashian). ¡Divertido mirar a la farándula!

La moda se volvió viral alrededor del mundo de la mano de las celebridades y pronto impulsó a la gente de a pie a buscar sus mejores poses del antes y después.

Sin embargo, lo que partió siendo un interesante ejercicio que dejaba en evidencia los cambios físicos, personales y profesionales que van ocurriendo con el paso del tiempo, rápidamente empezó a distorsionarse, para llegar a ser, en muchos casos, una presentación de dos imágenes casi idénticas, donde ojalá no se notaran los años y kilos demás; ni las curvas ni pelos de menos. “Pero si estás mejor que antes”, “los años no pasan por ti”, “¡Cómo lo haces!, ¡Estás igual!”, son los típicos comentarios que vienen a continuación y que llenan de orgullo al retratado.

Es probable que más de alguna persona, pensando en que ha tenido una metamorfosis poca agraciada, ni siquiera se atrevió a subir sus fotografías, para evitar el bombardeo de bromas.

¿Qué nos pasa con el paso del tiempo que muchas veces terminamos escondiéndolo detrás de lentes de sol, sombreros, cirugías o photoshop?

Pareciera que la sociedad no nos da permiso para envejecer. Los aplausos se los llevan quienes buscan con esmero, algo que escapa al poder humano: detener el tiempo y ojalá retrocederlo.

Es tan alto el valor que la sociedad le ha dado a la juventud, la belleza física y el éxito económico, que cualquier circunstancia que modifique ese estado deseado se vive como una amenaza que hay que evitar a toda costa. Los cambios asociados a una mayor edad los empezamos a vivir entonces como la pérdida de algo maravilloso que ya no volverá, en vez de entenderlos como una oportunidad para ganar en integridad, experiencia, conocimiento personal, capacidad de adaptación y desarrollo de nuevas competencias personales que nos vuelven seres más resueltos y libres.

Ya lo decía el cineasta Ingmar Bergman que “envejecer es como escalar una gran montaña: mientras se sube las fuerzas disminuyen, pero la mirada es más libre, la vista más amplia y serena”.

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El mérito no debiera radicar entonces en lograr que la vida se mantenga inalterable y nosotros incólumes al cambio, sino en que vayamos siendo capaces de enfrentar en paz lo dulce y agraz de la vida; de aceptar además las decisiones que hemos ido tomando y que varían su curso, haciéndonos cargo de las consecuencias (haber tenido o no hijos, ser activo o sedentario, ahorrar o no para la vejez, etc).

Tratar de detener el reloj es una carrera incesante y esclavizante que, tarde o temprano, la terminamos perdiendo. Poder reconocer y reconciliarnos con los cambios físicos, psicosociales y económicos del envejecer y dejar de resistirlos -aunque haya días en que los odiemos-, será lo que a la larga permitirá planificar con calma el futuro, disfrutar del trayecto y abrirse a la posibilidad de vivir en plenitud la vejez.

La invitación entonces es a ir más allá y desafiar al desafío de los 10 años. Sigamos posteando fotos, pero ojalá antes de elegirlas reflexionemos también respecto de qué ha significado esta década para cada uno: ¿de verdad éramos tan perfectos antes? ¿qué carencias teníamos en esa época? ¿qué dolores hemos superado? ¿qué hemos aprendido en estos diez años? ¿qué parte de nuestro cuerpo delata esas experiencias?

Quizás ahí comenzaremos a darnos cuenta que hoy somos una mejor versión que ayer, y no por conservar la apariencia física, sino por lo que el alma proyecta. Tal vez ahí empecemos a sentirnos más cómodos con la edad, las arrugas y los kilos demás; a reírnos un poco de lo que hemos dejado ir y saludar amablemente al ineludible proceso de envejecer. Con orgullo podremos comentar en la foto que además de haber cambiado, hemos evolucionado.


Fuente/Qué Pasa/María Paz Carvajal D
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