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IMPUESTOS VERDES

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En vez de promover el cuidado del medioambiente, nuestros impuestos premian al que contamina. Por ello es positivo que en la anunciada reforma tributaria se haya incluido este tipo de gravámenes.

EN CHILE no existen los impuestos verdes. Todo lo contrario, nuestros tributos son café oscuro o negros.

Un ejemplo es el permiso de circulación. Los autos más nuevos son los que menos contaminan y los que más pagan en su permiso de circulación, mientras que los sucios vehículos antiguos pagan menos. Otro ejemplo es el impuesto a los combustibles. Si bien este impuesto encarece el uso de los vehículos, lo hace ambientalmente en forma equivocada, pues un vehículo bencinero paga cuatro veces más en impuesto específico que un vehículo a diésel. Pero son precisamente los vehículos “petroleros” los que emiten más material particulado, el contaminante que tiene saturadas a numerosas ciudades del país, como Santiago y Temuco.

Como los contribuyentes responden a los incentivos, se ha producido un fenómeno que algunos han llamado de “dieselización” del parque automotor chileno, que provoca no sólo una mayor contaminación, sino que también a la larga un menor pago de impuestos.

En vez de promover el cuidado del medioambiente, nuestros impuestos premian al que contamina. Por ello es positivo que en la anunciada reforma tributaria se hayan incluido los llamados impuestos “verdes”. En concreto, se han anunciado impuestos adicionales a las emisiones de fuentes fijas grandes (centrales termoeléctricas de más de 50 MW) y para la importación de vehículos diésel.

Ambas fuentes fijas cuentan con recientes y exigentes normas de emisión. Por ello, el ideal es que se impongan tributos asociados al daño que provocan más que a la tecnología que utilizan. Es preferible que el impuesto recaiga sobre las emisiones más que sobre la capacidad de generación, en el caso de las termoeléctricas, y sobre las emisiones o sobre los combustibles (ejemplo, emparejar el impuesto específico entre el diésel y la bencina) más que sobre las importaciones, en el caso de los vehículos. Estos son aspectos cuyo detalle falta conocer, o que podrían ser mejorados en la tramitación legislativa.

Lo importante es que haya cabida para una de las principales virtudes de los impuestos verdes, cual es su capacidad de promover el cambio tecnológico.

Muchas veces proclamados -Piñera los anunció en su programa tributario posterremoto, pero luego no se incluyeron en la propuesta final-, esta vez parece que sí van en serio. Por fin haremos caso a la recomendación de la Ocde en cuanto a que Chile utilice instrumentos económicos para mejorar su medioambiente.

El objetivo de la reforma tributaria es que lo recaudado sea destinado a mejorar la educación. En el caso de los impuestos verdes, además de contribuir a recaudar, la gracia es que ellos mismos también educan. Los impuestos actúan sobre las decisiones de las personas, entregando las señales deseadas. Si hubiera impuestos a las bolsas de plástico en los supermercados, a la publicidad en la vía pública, a los aerosoles con que pintan esos malditos grafitis; en fin, si utilizáramos dentro de lo posible las normas tributarias no sólo para financiar la educación, sino también para educar, viviríamos claramente en un país mejor.

Fuente:latercera.com

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