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LA EXPERIENCIA DE LA PANDEMIA CONTRA EL CAMBIO CLIMÁTICO

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Una ola gigante llamada recesión sucede a otra que, bajo el nombre de COVID-19, amenaza nuestra sociedad. Mientras tanto, el mensaje que se lanza es: “Asegúrense de lavarse las manos y todo irá bien”. ¡Pero cuidado! A esas dos olas le sigue una mayor e inabarcable. Un tsunami devastador llamado cambio climático.

La descripción corresponde a una viñeta del dibujante canadiense Graeme Mackay, viralizada y ampliada durante el confinamiento. Nuevas olas seguirían al cambio climático, como el colapso de la biodiversidad o la extinción.

El Secretario General de Naciones Unidas, António Guterres, propone otra metáfora al afirmar que “no hay vacuna para el planeta” ante el cambio climático. No surgirán, como por arte de magia, sumideros en la atmósfera que la limpien de gases de efecto invernadero. Tampoco parece que los avances tecnológicos vayan a reducir ese exceso de partículas que provocan el calentamiento de la superficie terrestre.

Mientras, esperamos tumbados en la playa. Hay un poco de resaca por las olas previas, pero disfrutamos de un dulce mojito de vacunación masiva, expectativas económicas positivas o llegada de fondos europeos. Al fondo se ve una tercera y definitiva ola, pero esperamos conscientes y relajados, mientras leemos alguna novela de género distópico.

Cambio climático: una visión realista del futuro

Seguimos necesitando edulcorar con un sesgo de optimismo esta realidad, esa verdad incomoda que anunció Al Gore. No obstante, los discursos apocalípticos, aparte de ser un estupendo recurso literario o cinematográfico, comienzan a ser considerados un medio más que un fin.

Como Pablo Servigne y Raphaël Stevens, que nos hablan de “colapsología”. Lo hacen con la idea de que el dibujo de escenarios catastróficos, pero realistas, nos permita reaccionar y seguir buscando respuestas ante este desafío. La aproximación del profesor Corey Bradshaw, junto a otros autores, es similar en su artículo titulado Subestimar los desafíos de evitar un futuro espantoso.

Bradshaw y compañía nos explican que debemos ser capaces de tener una apreciación realista de los colosales desafíos que enfrentamos para al menos poder trazar un futuro menos devastado. Del mismo modo que es necesario que nos apoyemos en actuaciones exitosas, presentes y pasadas, para “prevenir extinciones, restaurar ecosistemas y fomentar una actividad económica más sostenible a escala local y regional”.

La COVID-19 ha sacudido la sociedad

Con ese ánimo, conviene preguntarse si podemos tomar nuestra reciente experiencia con la COVID-19 como un referente positivo desde el que construir nuestra respuesta ante el cambio climático. O al menos, siguiendo a Servigne y Stevens, extraer un conocimiento que nos permita gestionar de forma positiva y planificada el desmoronamiento.

Al fin y al cabo, la incidencia de la COVID-19 ha llevado a alterar, aunque solo durante un tiempo limitado, el funcionamiento de nuestra sociedad.

Pero no estamos ante un hecho extraordinario. En los próximos años vamos a tener que desarrollar e implementar programas de ingeniería social que deberían ser innovadores, pero también disruptivos, radicales o traumáticos. Y sobre todo necesarios si lo que queremos es mantener la cohesión social, la equidad y la solidaridad de nuestra sociedad ante la emergencia climática.

El cambio climático, en sus impactos sobre nuestra sociedad, va a tener la capacidad de desestabilizar y poner al límite los sistemas sociales, políticos o económicos. Vamos a tener que ser muy audaces, pero también ser muy solidarios y estar muy unidos, para hacerle frente con garantías.

Confinamientos climáticos

La economista Mariana Mazzucato, a partir de la COVID-19, ha llegado a explicar que, para (auto)protegernos, los Gobiernos deberían aplicar “confinamientos climáticos” (climate lockdown).

Algunas de las medidas de esos aislamientos “limitarían el uso de vehículos privados, prohibirían el consumo de carne roja e impondrían medidas extremas de ahorro de energía, mientras que las empresas de combustibles fósiles tendrían que dejar de perforar”. Todo esto, eso si, en el caso que no fuésemos capaces de “reformar nuestras estructuras económicas y hacer el capitalismo de manera diferente”.

Pero si lo prefieren, quedémonos en experiencias surgidas a partir de la pandemia que sean menos incomodas de plantear y nos permitan enfrentar otros desafíos. Ya lo expresó en su momento Anthony Giddens afirmando que “la lucha contra el cambio climático nos ofrece la oportunidad de desarrollar todo un espectro de objetivos políticos”. Describir una narrativa, integrar otros desafíos y objetivos y preparar el terreno hacia escenarios futuros más complejos.

Aprendizajes para afrontar el cambio climático

Algunos aprendizajes, aplicados con mayor o menor éxito durante la pandemia, se pueden emplear para desarrollar soluciones frente a la emergencia climática:

  • Proteger a los colectivos sociales más vulnerables. Adaptando e implementando nuevos mecanismos de protección social como el ingreso mínimo vital.
  • Avanzar en respuestas ante el reto demográfico y la despoblación. Muchas familias y trabajadores de entornos urbanos se han instalado en zonas rurales y de interior.
  • Mejorar la capacidad de adaptación y respuesta de los sistemas sanitarios, pero también del resto de estructuras administrativas y de gobierno ante crisis sobrevenidas.
  • Descubrir nuestra capacidad como sociedad de asumir la restricción del ejercicio de derechos fundamentales en aras del bien común.
  • ¿El aprendizaje ha sido positivo? ¿Es cierto que saldremos fortalecidos? El ruido social y político podría decirnos que no, pero a la larga tendremos que convencernos de que sí. Aunque sea a modo de profecía auto cumplida.

Fuente/Ambientum
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