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La Meta del Crecimiento Verde

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Una atmósfera baja en carbono es un bien público global. Por ello es que resulta fundamental descarbonizar la matriz mundial.

La semana pasada fue el turno de Varsovia de ser anfitriona de una decepcionante reunión sobre cambio climático. Durante las dos décadas anteriores, muchas otras ciudades habían tenido ese placer.

Esta vez 195 países acordaron con dolor hacer una “contribución” a combatir el cambio climático en vez de un “compromiso” más robusto. El objetivo todavía es alcanzar un acuerdo importante en París 2015. Las opciones de éxito podrían ser despreciables. La experiencia lo demuestra. Lo que hace esto deprimente es que el mundo probablemente podría eliminar los riesgos de los resultados catastróficos a un costo limitado, siempre que actúe con rapidez, eficacia y concertado.

En su nuevo libro, “El casino climático”, William Nordhaus, de Yale, decano de los economistas climáticos, sostiene que el costo de limitar el aumento de la temperatura global a 2º C sería de 1,5% de la producción mundial, siempre que se tomen las medidas adecuadas. Esto es solo medio año del crecimiento económico mundial. Pero la reducción sería mucho más costosa si los países responsables de la mitad de las emisiones no participaran: mantener el aumento de la temperatura en 2º C incluso sería impracticable.

Nordhaus, una voz moderada en este debate, explica por qué el mundo debe aceptar los costos de la acción. El efecto invernadero es ciencia básica. Las emisiones han aumentado rápidamente. Las concentraciones atmosféricas de dióxido de carbono ahora están en más de 400 partes por millón (50% más alto que antes de la Revolución Industrial y muy por encima de los niveles del último millón de años). Las temperaturas globales han aumentado en los últimos 150 años. La meseta de temperatura reciente no es excepcional. Los científicos del clima han sido incapaces de encontrar una explicación para el aumento de temperatura, con excepción de las actividades humanas.

Los escépticos argumentan como si la incertidumbre significara que lo correcto es no hacer nada. En un camino neblinoso, el número y velocidad de otros autos son particularmente inciertos. Pero esta misma ignorancia hace esencial la conducción cautelosa. Lo mismo se aplica al clima. Dadas las incertidumbres sobre el sistema climático, lo más prudente es sin duda conducir con cuidado.

Un aspecto particularmente importante de esa incertidumbre son los puntos de inflexión. Sabemos que el clima de la Tierra ha cambiado drásticamente en el pasado. Es posible -incluso probable- que algún proceso insuficientemente comprendido podría inclinar al mundo a otro, y quizá irreversible, estado: el colapso de grandes capas de hielo es una posibilidad; otra es grandes cambios en la circulación oceánica; y otra la retroalimentación positiva en los procesos de calentamiento. Mientras la humanidad puede aspirar a manejar los efectos económicos de este tipo de eventos, lo mismo no puede decirse de su impacto en los océanos o en las extinciones en masa.

Es irracional jugar en el casino climático sin tratar de eliminar los resultados en el peor de los casos. Algunas personas están entusiasmadas con la posibilidad de la geoingeniería. Pero eso es agregar otro juego de azar. Sin duda, es más sensato limitar la acumulación excesiva de gases de efecto invernadero, con la condición de que se pueda hacer con costos menos agobiantes.

Las emisiones son, pues, un derrame mundial negativo de la actividad económica. No sabemos el costo de tales externalidades. Pero podemos estar seguros de que es mayor que cero. Las externalidades no se arreglan por sí solas. Ante la falta de efectivos derechos de propiedad individual, se requiere de acción gubernamental, en este caso la acción de cerca de 200 gobiernos. La solución más simple sería que todos los países se pongan de acuerdo en un precio. Cada país tendría entonces un impuesto: el profesor Nordhaus sugiere que este debería ser de US$25 por tonelada de carbono. Los ingresos se quedarían después en casa. Las negociaciones serían solo sobre ese precio. Mientras tanto, los países de ingresos altos se centrarían en invertir en investigación y desarrollo de nuevas tecnologías pertinentes y en asegurar las mejores tecnologías disponibles a bajo precio a los países emergentes y en desarrollo. ¿Por qué deberían hacerlo? La respuesta es: porque una atmósfera de bajo carbono es un bien público global.

Es por ahora imposible ser optimista con que algo como esto suceda. Esto es en parte porque el acuerdo necesario debe ser global y de largo plazo. Eso, a su vez, plantea difíciles cuestiones de equidad intrageneracional e intergeneracional. Pero la probabilidad de fracaso se debe también a los esfuerzos (exitosos) de los escépticos de enturbiar las aguas intelectuales y la comprensible resistencia de grupos de interés. Algunas industrias se quejarán. Pero estas quejas tienen que ser mantenidas en contexto. La pérdida de empleo en la industria políticamente poderosa del carbón en EEUU podría ser de más de 40.000 en una década. A diferencia de lo que ha ocurrido con el mercado laboral de EEUU desde 2008, este sería un problema bastante pequeño.

Más allá de eso, hay preocupaciones comprensibles de la gente común de que estarían mucho peor si no pudieran tratar a la atmósfera como un lavamanos libre. También está claro que fuentes de energía de baja emisión de carbono siguen siendo caras y algunas tecnologías no han sido probadas a escalas relevantes. Por otra parte, un gran esfuerzo requiere de una aceleración en la tasa de descarbonización. Eso no sucederá por sí mismo. Necesita un empujón.

La combinación de precios más altos y apoyo a la investigación fundamental debería dar justamente este empujón. Afortunadamente, la evidencia sugiere que, ya sea por ignorancia o por inercia, los hogares y las empresas no están optimizando su consumo de energía. La combinación de precios más altos de carbono y una regulación firme podría incluso ofrecer algunas cosas sabrosas: emisiones de carbono más bajas sin ninguna pérdida en la producción.

Supongamos que, a pesar de toda la lógica, resulte imposible alcanzar un acuerdo global relevante. ¿Tiene sentido para cualquier país o grupo de países tomar una acción determinada por su cuenta? Si el objetivo del acuerdo es hacer frente al cambio climático, la respuesta es: absolutamente no, a menos que los países sean China o EEUU. De hecho, incluso si los países fueran China y EEUU, ello no sería suficiente, ya que representan en conjunto solo un poco más de las dos quintas partes de las emisiones globales. Pero podría ser posible que un país pruebe el concepto: que sí es posible que las economías crezcan rápido mientras reducen las emisiones. En el proceso, este país podría incluso, como algunos argumentan, lograr una ventaja importante en algunas nuevas industrias pertinentes.

En cualquier caso, algunos países tienen que tratar. De lo contrario, en la medida que todo el mundo se quede atrás, los esfuerzos por un acuerdo efectivo fallarán. Entonces terminaríamos apostando por la ausencia de cualquier resultado malo e irreversible. Podríamos tener suerte. ¿Qué pensarán nuestros hijos si no la tenemos?
Por Martin Wolf, editorialista económico principal de Financial Times.
Fuente:pulso
www.chiledesarrollosustentable.cl

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