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LOS POLICÍAS DE LA CIENCIA

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No les gusta la caracterización, pero saben que así serán percibidos. Los doctores Steven Goodman y John Ioannidis están inaugurando un centro único en su tipo, cuyo objetivo es mejorar la calidad de los cientos de investigaciones médicas que se publican cada día. La urgencia es evidente: hoy el fraude ha dejado de ser algo extraordinario y preocupa a gobernantes de todo el mundo, que toman decisiones públicas basándose en las certezas del mundo científico.

 

 

 

 

“Son sólo oficinas y teléfonos, nada muy impresionante”, dice el doctor Steven Goodman sobre la apariencia del Centro de Innovación y Meta Investigación que la Universidad Stanford lanzó hace pocos días. Evidentemente, esa modesta descripción de la institución que lidera junto al doctor John Ioannidis no le hace justicia a la revolución científica que podría conducir. Sí, revolución. Porque el objetivo de este centro es nada menos que cambiar la forma en que actualmente se realiza la investigación científica en el mundo.

Es una tarea importante. Recientemente, la científica japonesa Haruko Obokata tuvo que enfrentar a los medios de comunicación tras las críticas que la institución en la que trabaja, el Centro Riken, en Japón, hiciera a su supuesto hallazgo de un nuevo método para obtener células madre. Fraude, fue la acusación. Hechos como este no son nuevos. De acuerdo con un estudio del College de Medicina Albert Einstein, en Nueva York, liderado por el microbiólogo Arturo Casadevall, en las últimas décadas han aumentado significativamente las retractaciones (admisión de errores parciales o totales en los resultados de un estudio) en las revistas médicas y dedicadas a temas de biología. Según esta investigación, en 1976 se encontraban cerca de 10 retractaciones por cada millón de estudios publicados. En 2007, esa cifra había subido a 96 por cada millón de publicaciones, debido, según Casadevall, a un aumento de las malas prácticas entre los científicos.

Esto no es sólo mala publicidad para un lejano mundo científico, sino que también produce incertidumbre en el ciudadano de a pie. Un estudio que ligaba la vacuna triple viral (sarampión, rubeola, paperas) con el autismo, publicado en The Lancet, una de las revistas científicas más prestigiosas, obligó a revisar los planes de vacunación de todo el mundo, incluido Chile, donde este año se desató una fuerte polémica por el uso de timerosal en las inyecciones. A pesar de que The Lancet reconoció en 2004 que no debió sacar a la luz el estudio del investigador Andrew Wakefield y de que se retractó formalmente de su publicación en 2010, la duda quedó instalada y el debate no se ha cerrado.

Steven Goodman tiene sumamente claro el impacto que tiene la ciencia sobre nuestra vida cotidiana: “Compara nuestras vidas actuales con las de hace 100 años y verás que las cosas han cambiado en muchos sentidos y que eso ha sido un aporte de la ciencia. Tenemos nuevas formas de tecnología, de comunicarnos, de producir alimentos, tenemos diferentes formas de hacer casi todo. La mayor parte de esas diferencias se deben a la ciencia”.

Por eso ha hecho de la denuncia de la “mala ciencia” el trabajo de toda su vida. Hace dos años que el investigador llegó a Stanford y desde ese momento que viene presionando por contar con un centro que ha soñado desde que comenzó a investigar y que considera más necesario que nunca. “Es buena idea”, le dijeron. “Si encuentras el financiamiento para desarrollarla, adelante”. Recién este año consiguió el dinero de parte de “una fundación muy interesada en el tema” y junto al doctor Ioannidis podrá comenzar finalmente la última batalla contra la ciencia de mala calidad.

Durante casi dos décadas, David Goodstein fue vicerrector del Instituto de Tecnología de California, uno de los centros de investigación científica más reputados del mundo con más de treinta premios Nobel. Ahí dirigió varias indagaciones para determinar las responsabilidades de los científicos en los casos en que reportaban errores graves en un estudio. En base a eso Goodstein publicó el libro Sobre los hechos y el fraude: Cuentos con moraleja del frente de batalla de la ciencia. Ahí el autor explica que en la mayoría de los casos, los estudios con errores y resultados mal reportados no nacen del afán de engañar, sino que de una mezcla de presiones académicas que hay en las universidades, la necesidad de mantenerse en puestos muy competitivos y la casi nula capacidad de revisar de buena forma la abrumadora cantidad de nuevos artículos que se están publicando actualmente. Realidad que no es para nada ajena a la situación que se está viviendo en Chile y que explica que en el mundo estén surgiendo iniciativas como la de la Universidad de Stanford.

Desde fuera, la vida de los académicos universitarios parece sencilla. Frecuente es la caricatura que los muestra impartiendo algunos cursos a los estudiantes y el resto del tiempo tomando café en su oficina. Sin embargo, la realidad está muy lejos de estas vacaciones pagadas. A sus horas de clase (que en algunos planteles se multiplican para abaratar costos), los docentes deben sumar trabajo administrativo y a éste, lo más importante, lo que define su posición y estatus dentro de las casas de estudio y frente a sus pares: la investigación.

“Nosotros funcionamos en base a evaluaciones por las que recibimos fondos o evaluaciones de las mismas universidades. Eso se mide a través de nuestras publicaciones y, más puntualmente, el número de esas publicaciones, no necesariamente su calidad”, dice el Premio Nacional de Ciencias Exactas 2013 y académico de la Facultad de Ciencias Físicas y Matemáticas de la Universidad de Chile, Manuel del Pino. “Ese es nuestro producto, lo que nos valida”. Es por la alta valoración de la cantidad de publicaciones que hoy se está produciendo lo que él llama “inflación” de papers, que son artículos científicos en los que los investigadores no sólo presentan sus descubrimientos, sino que también los métodos que siguieron para llegar a ellos. “Hay muchos trabajos que nunca debieron ser impresos”, sentencia.

Del Pino explica la lógica básica que determina el trabajo de cualquier científico: el investigador realiza un hallazgo y lo publica. Simple. Sin embargo, la presión por contar con muchas investigaciones en el currículum está cambiando este modo de hacer las cosas y llevando a otro tan riesgoso como el que sigue: el investigador realiza un hallazgo y publica una porción de los resultados en un paper. Luego, otra parte en un artículo distinto y así sucesivamente. Así, dice Del Pino, un investigador puede llegar a diez publicaciones a partir de un solo hallazgo, lo que daña la calidad de las investigaciones e impide, en muchos casos, la verificación del descubrimiento por parte de otros científicos, ya que es mucho más difícil corroborar un resultado cuando no se tienen todos los antecedentes metodológicos que llevaron a una conclusión puntual.

La “inflación”, además, está haciendo tambalear el método clásico de corrección y detección de errores de la ciencia, hasta hoy utilizado por las revistas más prestigiosas del área, como Nature y Science, conocida como la “revisión de los pares”.

Corría 1665 y en Londres comenzaba una práctica que cambiaría sustancialmente la forma de hacer investigación. Ese año fue publicada la primera edición de Philosophical Transactions of the Royal Society, la primera revista dedicada completamente a la ciencia. La hazaña era tremenda. La publicación buscaba dar a conocer los hallazgos de los científicos de la época de manera confiable por primera vez y no se podía escatimar en métodos de chequeo de los datos. Para asegurarse de la calidad de lo publicado, Henry Oldenburg, el editor de ese primer número, implementó un sistema que prometía asegurar altos estándares y fiabilidad. Así nació la revisión de los pares, es decir, el análisis de los hallazgos de un científico por parte de otros expertos en la materia, quienes los validan antes de que sean reportados en una revista especializada. En las revistas más serias este es un proceso que además se da en forma anónima, es decir, el evaluador no sabe a quién está leyendo.

Sin embargo, dice Del Pino, “si a un revisor le llegan diez artículos, no tiene tiempo para estar mirándolos en detalle, aunque diga que sí. Ese es el caso de todo el mundo. Los revisores simplemente confían en que muchos de los resultados están correctos, porque revisar todo lo que está sometido a validación actualmente es virtualmente imposible”, dice el académico, quien añade que en muchas ocasiones, los revisores incluso se guían por el prestigio de la institución de la cual provienen los investigadores para determinar si los resultados están correctos o no. En otras palabras, a nadie se le ocurriría que un artículo de un investigador de Harvard pueda estar incorrecto.

En ese contexto, entonces, es que nace el Centro de Innovación y Meta Investigación de Stanford, más conocido como Metrics. Su trabajo será complejo. Por una parte, generará instancias de fiscalización de problemas recurrentes como el conflicto de interés, la falta de rigurosidad científica, los sesgos en la elección de temas de investigación y la poca voluntad de los académicos para compartir sus datos públicamente. Todo esto sólo en el área de las publicaciones médicas, que según diferentes estudios, son las que presentan un mayor número de retractaciones. Inicialmente, Metrics pedirá la colaboración voluntaria de los investigadores y publicará los fraudes en su sitio web, para que puedan ser conocidos por toda la comunidad científica.

Sin embargo, también tendrá que ganarse la confianza de los investigadores, porque recoger sus inquietudes será otra de sus labores. Precisamente porque la evidencia indica que la mayor parte de los fraudes tiene que ver con las presiones que enfrentan los científicos, este centro busca convertirse en un aliado de su causa y una instancia de debate sobre nuevas políticas públicas que les den mejores condiciones para realizar su trabajo.

“Una de las áreas en las que queremos trabajar es en la generación de modelos que premien el resultado de las investigaciones y su calidad, no sólo el conteo de papers. Si no potenciamos eso, tenemos un sistema que no potencia una mejor ciencia. Hay muchas instituciones en Estados Unidos que hoy se mueven en esta dirección y eso es una buena señal”, dice Goodman.

Una de ellas es el Centro para la Ciencia Abierta, una organización fundada en 2013 por los sicólogos de la Universidad de Virginia Brian Nosek y Jeffrey Spies, que busca promover la transparencia de los resultados en las investigaciones sicológicas invitando a los investigadores a compartir sus resultados en línea con académicos de todo el globo. Otra instancia similar es el Many Labs Replication Project, un consorcio que une 36 grupos de investigación de todo el mundo y que hasta la fecha ha intentado replicar y probar los resultados de 13 investigaciones sicológicas basales, encontrando que sólo 10 de ellas son reproducibles.

Sin embargo, según Nosek, no se puede perder de vista que cometer errores es parte del trabajo de vanguardia que hace la ciencia. Por un lado están los fraudes, la exageración de cifras para agrandar un descubrimiento o la aceleración de procesos de chequeo básicos que no deja corroborar bien los datos. Pero por otra, está el carácter experimental del trabajo científico.

“Una de las cosas importantes que el público debería saber sobre la ciencia es que los errores van a ocurrir y seguirán ocurriendo y eso es, de hecho, saludable. Debido a que la ciencia está en los límites del conocimiento, vamos a tener muchos descubrimientos que parecen ser ciertos al principio, pero que luego no lo son”. Eso, dice Nosek, no significa que la ciencia lo esté haciendo mal. “Si todo lo que descubrimos resultara ser cierto, significaría que la ciencia no está corriendo los riesgos suficientes para hacer hallazgos. Por eso nos equivocamos mucho. Pero lo único realmente importante es darnos cuenta de que nos hemos equivocado tan pronto como sea posible. Y esos son los problemas que Metrics y el Centro para la Ciencia Abierta están tratando de solucionar: no es asegurarnos de que lo hagamos bien desde el principio cada vez, sino cambiar el curso una vez que detectamos qué partes están incorrectas, para poder avanzar y seguir corriendo los límites hacia nuevos conocimientos”.

por Jennifer Abate C.

Fuente:latercera.com

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