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Metano, el ‘tapado’ del cambio climático

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Investigadores de la Universidad de Rochester han comprobado que las estimaciones sobre el metano que emiten los seres humanos a la atmósfera está muy subestimado.

Es la conclusión de un estudio publicado en la revista ‘Nature’, donde alertan de que reducir el uso de combustibles fósiles es un objetivo clave para frenar el cambio climático.

El metano es un poderoso gas de efecto invernadero y un gran contribuyente al calentamiento global y sus emisiones a la atmósfera han aumentado aproximadamente un 150 por ciento en los últimos tres siglos, pero ha sido difícil para los investigadores determinar exactamente dónde se originan estas emisiones ya que se pueden emitir de forma natural o por la actividad humana.

El investigador Benjamin Hmiel, asociado postdoctoral en el laboratorio de Vasilii Petrenko, profesor de Ciencias de la Tierra y del Medio Ambiente de la Universidad de Rochester, y sus colaboradores midieron los niveles de metano en muestras antiguas de aire y descubrieron que los científicos han subestimado enormemente la cantidad de metano que los humanos están emitiendo a la atmósfera a través de combustibles fósiles.

«La aplicación de normas de emisión de metano más estrictas en la industria de los combustibles fósiles tendrá el potencial de reducir el calentamiento global futuro en mayor medida de lo que se pensaba», asegura Hmiel.

Dos tipos de metano

El metano es el segundo mayor antropogénico, originario de la actividad humana, que contribuye al calentamiento global, después del dióxido de carbono.

Pero, en comparación con el dióxido de carbono, así como con otros gases que atrapan el calor, el metano tiene una vida útil relativamente corta ya que dura un promedio de solo nueve años en la atmósfera, mientras que el dióxido de carbono, por ejemplo, puede persistir durante aproximadamente un siglo.

Eso hace que el metano sea un objetivo especialmente adecuado para frenar los niveles de emisión en un corto período de tiempo.

«Si dejáramos de emitir todo el dióxido de carbono hoy, los altos niveles en la atmósfera aún persistirían por mucho tiempo –explica Hmiel–.

Es importante estudiar el metano porque si hacemos cambios en nuestras emisiones actuales de metano, se reflejará más rápidamente».

El metano emitido a la atmósfera se puede clasificar en dos categorías, en función de su firma de carbono-14, un isótopo radiactivo raro.

Hay metano fósil, que ha sido secuestrado durante millones de años en antiguos depósitos de hidrocarburos y ya no contiene carbono 14 porque el isótopo se ha descompuesto; y hay metano biológico, que está en contacto con plantas y vida silvestre en la superficie del planeta y contiene carbono 14.

El metano biológico se puede liberar de forma natural de fuentes como los humedales o de fuentes antropogénicas como vertederos, arrozales y ganado.

El metano fósil, que es el foco del estudio de Hmiel, puede emitirse a través de filtraciones geológicas naturales o como resultado de la extracción y el uso de combustibles fósiles por parte de los humanos, incluidos el petróleo, el gas y el carbón.

Los científicos pueden cuantificar con precisión la cantidad total de metano emitida a la atmósfera cada año, pero es difícil dividir este total en sus componentes individuales: ¿qué porciones se originan de fuentes fósiles y cuáles son biológicas? ¿Cuánto metano se libera naturalmente y cuánto libera la actividad humana?

«Como comunidad científica, hemos estado luchando por comprender exactamente cuánto metano emitimos nosotros como humanos a la atmósfera –recuerda Petrenko, coautor del estudio–.

Sabemos que el componente de combustible fósil es una de nuestras emisiones de componentes más grandes, pero ha sido difícil precisarlo porque en la atmósfera actual, los componentes naturales y antropogénicos de las emisiones fósiles tienen el mismo aspecto, isotópicamente».

Volviendo al pasado

Con el fin de separar con mayor precisión los componentes naturales y antropogénicos, Hmiel y sus colegas recurrieron al pasado, perforando y recolectando núcleos de hielo de Groenlandia.

Las muestras de núcleo de hielo actúan como cápsulas de tiempo: contienen burbujas de aire con pequeñas cantidades de aire antiguo atrapado en su interior.

Los investigadores usan una cámara de fusión para extraer el aire antiguo de las burbujas y luego estudian su composición química.

La investigación de Hmiel se centró en medir la composición del aire desde principios del siglo XVIII, antes del comienzo de la Revolución Industrial, hasta nuestros días.

Los humanos no comenzaron a usar combustibles fósiles en cantidades significativas hasta mediados del siglo XIX. La medición de los niveles de emisión antes de este período de tiempo permite a los investigadores identificar las emisiones naturales en ausencia de las emisiones de los combustibles fósiles que están presentes en la atmósfera actual.

No hay evidencia de que sugiera que las emisiones naturales de metano fósil pueden variar en el transcurso de algunos siglos.

Al medir los isótopos de carbono 14 en el aire desde hace más de 200 años, los investigadores descubrieron que casi todo el metano emitido a la atmósfera era de naturaleza biológica hasta aproximadamente 1870.

Fue entonces cuando el componente fósil comenzó a aumentar rápidamente. El momento coincide con un fuerte aumento en el uso de combustibles fósiles.

Los niveles de metano fósil liberado naturalmente son aproximadamente 10 veces más bajos que las investigaciones anteriores reportadas.

Dado el total de emisiones fósiles medidas en la atmósfera hoy en día, Hmiel y sus colegas deducen que el componente fósil artificial es más alto de lo esperado, encontraron un 25-40 por ciento más.

Implicaciones del cambio climático

Los datos tienen implicaciones importantes para la investigación climática: si las emisiones antropógenas de metano constituyen una gran parte del total, la reducción de las emisiones de actividades humanas como la extracción y el uso de combustibles fósiles tendrá un mayor impacto en frenar el calentamiento global futuro de lo que los científicos pensaban anteriormente.

Para Hmiel, en realidad son buenas noticias. «No quiero perder la esperanza en esto porque mis datos tienen una implicación positiva: la mayoría de las emisiones de metano son antropogénicas, por lo que tenemos más control.

Si podemos reducir nuestras emisiones, tendrá un mayor impacto», recuerda.


Fuente/Ecoticias
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