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Reportando desde el frente
Este fin de semana se inauguró la esperada XVª Bienal de Arquitectura de Venecia. Esperada porque su curador es el arquitecto chileno Alejandro Aravena, recientemente premiado con el Pritzker, o Nobel de la disciplina.
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También porque su curatoría planteaba la arriesgada maniobra de cambiar el foco de la Bienal desde la reflexión estética y autorreferente, propia de estas muestras, hacia una discusión respecto a aquellas prácticas que desde el “frente de combate” están respondiendo con innovación y pertinencia a los desafíos claves de nuestra sociedad: desde la inequidad y la congestión urbana, hasta los desastres naturales y las migraciones.
Aravena había planteado el tema de la Bienal meses antes de recibir el Pritzker, y parte del revuelo que causó el premio radicaba en que se trataba de un arquitecto joven, con pocas obras de envergadura y cuya búsqueda junto a sus socios de Elemental se ha centrado no en generar una arquitectura del espectáculo sino todo lo contrario, en exigir a su arquitectura una capacidad de síntesis tal que pueda responder en forma eficiente, pertinente y adecuada a las necesidades de sus clientes. Que se haya distinguido a Aravena con el Pritzker significaba un cambio de paradigma en la historia del premio, y muchos ya comentaban que sería difícil encontrar una masa crítica de arquitectos así de comprometidos con el debido equilibrio entre los aspectos estéticos y los políticos o procedimentales de la arquitectura, de manera de salir de la trampa de las bienales banales o revistas especializadas y recobrar relevancia e influencia en las decisiones clave para el desarrollo de la humanidad.
Por ello es reconfortante lo que pasó en Venecia. Aravena convocó a más de 80 arquitectos y 30 países a reportar desde el frente y compartir lo que están haciendo en esta línea. El riesgo era altísimo: por un lado la Bienal se podía llenar de casas hechas con botellas plásticas y buenas intenciones, inhabitables para supuestas víctimas de desastres, o perderse en discursos retóricos respecto a las fallas del sistema de mercado. Sin embargo, la capacidad de respuesta al llamado de Aravena ha sido un golpe a la cátedra, a tal nivel que el primer ministro italiano solicitó dar el discurso de cierre, comprometiendo 500 millones de Euros para las periferias urbanas.
La diversidad, amplitud y profundidad de las propuestas de los participantes es sobrecogedora, desde la ONG que aplica “arquitectura forense” para comprobar crímenes de guerra contra civiles en el medio oriente, pasando por las Empresas Públicas de Medellín que convierten tanques de agua en parques para comunidades periféricas, ingenieros que desarrollan cubiertas de bajo costo para poblados apartados, así como un sinnúmero de iniciativas y proyectos que comprueban la tesis de Aravena: devolverle a la arquitectura su grado de pertinencia, y demostrar que es la más política de todas las profesiones en cuanto a su valor e impacto público, siempre y cuando se asocie el discurso con la obra. El triunfo de Aravena en Venecia no es sólo confirmar la tesis por la cual le dieron el Pritzker. Su triunfo, y el de todos nosotros, es que con esta bienal ha demostrado que no está solo, y que existe un universo de arquitectos, ingenieros, políticos y profesionales comprometidos con seguir reportando desde el frente.
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