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Un bulo ecologista con poca base científica: El amaranto que devora transgénicos

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Cada cierto tiempo vuelve a cobrar relevancia: el amaranto, la planta sagrada de los incas, un arma de la naturaleza contra los transgénicos. La verdad tiene poco que ver con el bulo.

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Humus de lombriz, arcilla, suero de leche y semillas de amaranto. Mezclando esos ingredientes según esta receta, conseguirás lo que muchas asociaciones ecologistas llevan años buscando: luchar contra las plantaciones de cultivos transgénicos. Sencillo, natural y para toda la familia.

El bulo del amaranto es como el de los componentes cancerígenos en productos cosméticos de ciertas marcas: desde hace algunos años sobrevive en la sombra de internet y de vez en cuando cobra fuerza, haciéndose hueco en webs y blogs. Una rápida búsqueda en Google de los términos “amaranto” y “transgénicos” devuelve resultados titulados, entre otras cosas como “La naturaleza contraataca”, “La planta sagrada de los incas ataca a cultivos transgénicos” o “El amaranto peruano devora transgénicos”.

En esos artículos, con unas u otras palabras, se cuenta que el amaranto se ha convertido en un arma perfecta para combatir los transgénicos ya que es capaz de hibridar con ellos y adquirir algunas de sus características, como la resistencia al glifosato, un herbicida muy común. A sus supuestas bondades hay que unir su alto valor nutritivo: “posee más proteínas que la soja, además de vitaminas A y C”.

Medias verdades poco científicas

Se trata de una mezcla de argumentos que mezcla medias verdades con despropósitos científicos. Para resumir: el amaranto no tiene propiedades mágicas ni especiales y no devora ni ataca a los transgénicos.

El amaranto no es en realidad una sola planta, sino todo un género de hierbas. Algunas, como el Amaranthus cruentus, que los incas llamaban kiwicha, tienen propiedades alimenticias y son muy apreciadas como cultivo de último recurso porque crecen en lugares donde es difícil sacar adelante otros alimentos. Otras se cultivan con finalidades ornamentales. Muchas, como el Amaranthus palmeri, son malas hierbas que crecen en todo tipo de cosechas reduciendo su eficiencia al acaparar los mismos nutrientes.

Su presencia está muy extendida por la mayor parte del mundo, en las zonas templadas y tropicales. Una de sus características más destacadas es su resistencia. Los amarantos pueden sobrevivir con éxito en climas fríos y secos o húmedos y cálidos. Se adaptan rápido a los entornos nuevos y producen muchas semillas que pueden germinar en distintos periodos del año, según les sean propicias las condiciones climáticas.

Eso significa que se puede cultivar como alimento en lugares donde a causa de sequías o de temperaturas extremas no crecen otras plantas. Pero también que cuando aparece como una mala hierba, es un auténtico quebradero de cabeza para los agricultores, ya que además pueden desarrollar resistencia a algunos de los herbicidas más habituales, incluido el glifosato.

«¿La solución? Otro herbicida»

Como explica J.M. Mulet, profesor de biotecnología de la Universidad Politécnica de Valencia, «el amaranthus palmieri es una mala hierba que además es tolerante al glifosato, con lo cual es un problema en los cultivos donde se utiliza este herbicida. ¿La solución? Utilizar otro herbicida, con lo cual al final el único perjudicado es el medio ambiente». Esta especie, sin embargo, ni es comestible ni es la planta sagrada de los incas que los blogs ecologistas reivindican casi como milagrosa.

Sí que es, por esa resistencia, un problema para muchos cultivos modificados genéticamente para resistir precisamente al glifosato. El cultivo de esas especies, unido al uso de ese herbicida, es una de las grandes estrategias de negocio de empresas como Monsanto (aunque la patente que tenía sobre el glifosato caducó en el año 2000, de forma que ahora otros fabricantes pueden producirlo y comercializarlo sin trabas). Los agricultores por su parte consiguen cosechas mayores empleando un herbicida concreto que actúa con eficacia sin dañar sus cultivos. Al surgir una mala hierba resistente al glifosato, el herbicida pierde eficacia.

Pero no es algo que afecte solamente a los transgénicos. De hecho, no son los cultivos de soja transgénica (los más abundantes), los que más se ven afectados por esta y otras malas hierbas. «Los cultivos donde más herbicidas se utilizan y donde más resistencias a las malas hierbas existen son los de trigo, que no están modificados genéticamente».

El desarrollo de la resistencia

Respecto a la supuesta hibridación de las especies de amaranto con los OGM para resistir al glifosato, no hay evidencias científicas de que esto haya ocurrido. Uno de los motivos por los que un organismo genéticamente modificado puede no ser autorizado es su capacidad para hibridarse con organismos silvestres. De esta forma, se evita que sus características concretas puedan extenderse de forma no controlada. Precisamente por eso, se trata de un factor estrechamente controlado, y no hay evidencias de que haya ocurrido entre los cultivos transgénicos resistentes al glifosato y el amaranthus palmieri.

Sin embargo, sí es verdad que esa resistencia al glifosato ha aumentado en los últimos años (de encontrarse en un condado de Georgia en 2004 a un total de 76 en todo EEUU en 2011), pero el proceso no ha tenido nada que ver con la hibridación. Gracias a su sorprendente capacidad de adaptación, el amaranto ha adquirido esta capacidad de forma natural, aunque innegablemente incentivada por las técnicas de cultivo que propician los OGM.

Tal y como explicaba este artículo en la revista Nature, «históricamente los agricultores han utilizado distintos herbicidas, lo que ralentizaba el desarrollo de resistencia. Los cultivos genéticamente modificados les han permitido depender exclusivamente del glifosato, que es menos tóxico que otros químicos y termina con un amplio rango de hierbas». A medio plazo, esto ha resultado en un aumento de la resistencia al glifosato por parte de algunas hierbas, convirtiéndose en un problema para los agricultores.

Por lo tanto, es innegable que el amaranthus palmieri es una especie que perjudica a los cultivos OGM, pero no más de lo que lo hace a los cultivos tradicionales. Tampoco tiene propiedades especialmente beneficiosas para el medio ambiente ni es comestible. Así que no parece muy buena idea fabricar bombas de amaranto y utilizarlas para boicotear campos de cultivo de transgénicos. «Suponiendo que funcionen, simplemente obligarán al agricultor a utilizar más herbicidas, con lo que aumentará el impacto ambiental», lamenta Mulet.
Fotografía: El amaranto que devora transgénicos, un bulo ecologista con poca base científica.

Fuente/elconfidencial.com
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