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Una hora más de sueño
Los especialistas coinciden en la importancia que tiene para el aprendizaje y el desarrollo de los niños y adolescentes que duerman suficiente, y alertan de que hoy existe una «epidemia de trastornos de sueño». En Estados Unidos y Gran Bretaña no sólo llaman a los padres a cuidar las horas de descanso de sus hijos, sino que incluso están retrasando la hora de ingreso a los colegios.
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Miércoles 2 de marzo. Son las 8.50 de la mañana y mientras gran parte de los estudiantes del país están en clases conociendo a sus nuevos profesores o pasando materia, en el Southern Cross School, en Las Condes, un grupo de papás y mamás acaba de dejar a sus hijos en la puerta del colegio. No llegaron tarde por culpa del tráfico ni se quedaron dormidos; en este establecimiento los alumnos entran a las 8.45.
“A mí me parece maravilloso que puedan entrar más tarde porque duermen más y porque a esta hora hay menos taco”, dice Bárbara Lari, apoderada de prekínder. “Mi hija Isabella se acuesta a las ocho y media y se despierta en forma natural un cuarto para las ocho, sin alarma. Además, tomamos desayuno en familia”, comenta por su parte Ricardo Torres (40), apoderado de kínder, mientras Felipe Torrealba (44), que tiene hijos en primero y segundo medio, vivió la experiencia de llevarlos a un colegio que tocaba el timbre a las 7.45: “Este horario es más tranquilo para todos y los niños no se tienen que levantar a la seis de la mañana. Están más contentos así. La levantada para el otro colegio era muy estresante”, dice.
La decisión de diferir el horario de entrada del Southern Cross School de 8 a 8.45 se tomó hace más de 20 años por una cuestión práctica: es el último de varios colegios en unas pocas cuadras, así que por el taco que se formaba en avenida Las Condes los niños igual llegaban pasadas las ocho y media. “Era absurdo seguir insistiendo en algo que no estaba favoreciendo a nadie”, explica la subdirectora, Shannon Watt, y agrega que los papás y mamás que entran temprano a trabajar pueden dejar a sus hijos desde la ocho en el colegio en una sala especial.
El tema de la hora de entrada cobra relevancia esta semana en que los niños entraron a clases porque al igual que en 2015 este año se mantendrá el horario de verano los 12 meses. Algunos establecimientos han buscado esquivar la falta de luz de día retrasando el horario de ingreso hasta las nueve entre junio y septiembre. “Los alumnos llegaban adormecidos y con los apoderados llegamos a la conclusión de que se debía a la falta de luz”, dice Rubén Marcos Quezada, director de la Escuela Villa Las Peñas de Mulchén, en la Novena Región. El Colegio Villa La Granja, de la misma localidad, hizo lo mismo.
Pero el problema es más profundo que la mantención o no del horario de verano. Si en algo coinciden actualmente neurólogos y especialistas en desarrollo infantil y adolescente es en la importancia que tienen las horas de sueño para una serie de actividades, partiendo por el aprendizaje. Pese a eso, varios diagnostican una verdadera “epidemia de trastornos del sueño”. Esa es la razón por la que en Gran Bretaña y Estados Unidos se han encendido las alarmas ante los efectos que está teniendo en los niños empezar la jornada muy temprano. El año pasado, tanto la Asociación Americana de Pediatría como el Centro de Control de Enfermedades (CDC) llamaron a las escuelas a postergar la entrada hasta después de las 8.30. Incluso en ese país se formó una ONG llamada Start School Later, es decir, “Empecemos la escuela más tarde”.
También en 2015 el profesor de la Universidad de Oxford y experto en el estudio de los ritmos circadianos, Paul Kelly, acaparó páginas en los medios británicos cuando dijo, más radicalmente, que comenzar la jornada antes de las 10 es una verdadera “tortura”.
Nueve horas de sueño, una meta imposible
“Al que madruga, Dios lo ayuda”, dice un antiguo refrán. Sin embargo, cada vez hay más evidencia de lo contrario, de que despertar demasiado temprano, alterando los ciclos naturales del sueño, provoca problemas físicos, cognitivos y sociales, los que impactan con más fuerza a quienes están en proceso de crecimiento.
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Nadie puede modificar su patrón de sueño, el que es fijado por la luz del sol. Nuestros ritmos circadianos no han cambiado, sino que el cambio viene desde la escuela, que es una invención moderna, explica Paul Kelly. “Si los padres supieran que sus hijos se enferman más a menudo, aprenden menos en la escuela, y tienen mayor tendencia a consumir drogas o ser obesos sólo por despertarse demasiado temprano, es muy probable que hacer el cambio, que no tiene ningún costo, les parecería una alternativa muy deseable”, explica.
“Si los niños entran al colegio a las ocho de la mañana pierden dos horas de clases”, asegura aquí en Chile John Ewer, investigador del Centro Interdisciplinario de Neurociencia de Valparaíso, y agrega que el ideal es que estén lo más despiertos posible cuando van al colegio. La mejor manera de comprobarlo es ver lo que pasa el fin de semana, dice Ewer, cuando los niños y adolescentes se despiertan sin ayuda de una alarma. “A partir de los 10 años, aproximadamente, los niños empiezan a despertarse naturalmente más tarde que los adultos, lo que ocurre hasta los 22 años, más o menos. Es decir, todo el tiempo que van al colegio y la universidad”, asegura. Eso significa que al despertar a la 6 de la mañana, con despertador, se pierden entre tres o cuatro horas de sueño.
Esto se explica por un fenómeno llamado “Síndrome de la fase del sueño retrasada”, comenta la investigadora Kyla Wahlstrom, de la Universidad de Minnesota, quien se ha dedicado por más de una década a estudiar cómo los horarios escolares afectan los ciclos de sueño de los niños. “Culturalmente se asume que los adolescentes son flojos, pero la verdad es que sus cerebros no están listos para despertar cuando ya están entrando a clases. No son miniadultos, su cerebro aún está en desarrollo”, dice.
En concreto, el cambio en los patrones de sueño que comienza a desencadenarse en la preadolescencia significa que la secreción de melatonina (la llamada hormona del sueño) se retrasa en los jóvenes, quienes recién a las 10.45 de la noche sienten deseos de dormir. Esto, junto con el hecho de que su cerebro aún necesita dormir unas nueve horas, tiene como efecto automático que despierten, naturalmente, alrededor de las ocho de la mañana. Sumado a los numerosos estímulos existentes, en particular el uso de tablets y smartphones, es cada vez más difícil que consigan las preciadas horas de descanso. “Hoy se cree que el uso de tecnología en la habitación es la mayor causa de los trastornos de privación de sueño, además de irse a acostar muy tarde o levantarse muy temprano”, agrega Wahlstrom. Frente a ello, la académica aspira, al menos, a ocho horas de sueño, lo que le parece más “realista”.
Tras estudiar el funcionamiento de los cerebros de niños y adolescentes durante años, la recomendación de Paul Kelly y los investigadores del Instituto de Sueño y Neurociencia Circadiana (SCNi) de Oxford puede parecerles a muchos impactante: a los 10 años, los niños deberían entrar al colegio entre las 8.30 y 9 de la mañana; a los 16 entre las 10 y 10.30 y a los 18 años entre las 11 y 11.30.
Recomendaciones similares presentadas por la CDC en 2015 se basaron en un estudio liderado por Wahlstrom. Su equipo siguió por tres años a casi nueve mil estudiantes en tres estados donde algunos colegios retrasaron su horario de entrada a las 8.35 o después. Como resultado, más del 60 por ciento de los estudiantes consiguió al menos ocho horas diarias de sueño durante la semana. Los que dormían menos que eso reportaron síntomas de depresión significativamente más altos y mayor consumo de cafeína y uso de sustancias.
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Además, estos colegios mostraron mejoras en aspectos como el rendimiento académico, tasas de asistencia y número de atrasos. Incluso los accidentes de tránsito que involucraban a conductores de entre 16 a 18 años se redujeron en un 70 por ciento cuando la escuela cambió el horario de entrada.
El neuropsicólogo pediátrico Dean Beebe, quien también fue parte del estudio, lo resume así: “Toda persona que haya ido al trabajo con una gripe sabe que, si te sientes pésimo, no puedes rendir bien, estás sobreviviendo al día. Lo mismo pasa con los adolescentes; si te sientes horrible, no puedes aprender bien”.
Pero aprender no es el único problema. Por ejemplo, los jóvenes que duermen menos de ocho horas tienden a consumir alrededor de 150 calorías extras por día, principalmente de dulces.
La vía para un cambio
Mariana Aylwin recuerda que cuando fue ministra de Educación entre los años 2000 y 2003, en algún momento se planteó diferir el horario de ingreso a clases, “pero no estaba relacionado con el sueño de los niños”, recuerda, sino con el tráfico.
La idea circuló, aunque no quedó en nada, con motivo de la implementación de la Jornada Escolar Completa, en el año 2000. La Secretaría de Planificación de Transporte (Sectra) encargó una encuesta a la Universidad de Chile para analizar algunas iniciativas que permitieran una mayor racionalización en los viajes del transporte público. Una de ellas era precisamente diferir el horario de entrada a los colegios.
La encuesta, que fue respondida por mil hogares de la Región Metropolitana, arrojó que el 63 por ciento de los apoderados preferían que los escolares de educación básica y media ingresaran a clases a las 9.15 de la mañana en lugar de más temprano. Sólo el 8,3 por ciento de los encuestados mencionó que si se cambiaba la hora de ingreso ya no podrían ir a dejarlos al establecimiento y un 5,9 por ciento destacó que levantarse tarde crearía malos hábitos.
Una preocupación que recoge la sicóloga Sylvia Langford: hay que generar hábitos y esto no se puede hacer acomodando los horarios porque los niños no se acuestan temprano. “En el sur dicen: es que ha llovido mucho, pero siempre ha llovido. En Los Vilos cambiaron el horario de un colegio porque estaba oscuro, garuando y los niños se iban a resfriar. ¿Un chico no puede ir con una parka cuando está garuando?”.
A la neurosiquiatra Amanda Céspedes también le preocupa un impacto que podría tener cambiar los horarios, pero por otras razones. “Creo que retrasar la entrada es una muy buena iniciativa, pero tiene sus bemoles. Los niños pueden sentir que tienen permiso para acostarse más tarde porque al día siguiente pueden dormir media o una hora más. La otra dificultad es que el horario de salida de clases se va a retrasar, y si llevan tareas para la casa, este también puede ser un factor que retrase la cena y la hora de ir a la cama”, explica.
Los estudios de Kyla Wahlstrom dicen que los jóvenes no se acuestan más tarde cuando el horario de clases se retrasa. Sus cerebros les piden dormirse a la misma hora y consiguen dormir más. Aún así, y reconociendo que hacer este cambio tiene un impacto significativo, los investigadores de Minnesota afirman que se puede hacer más. “Atrasar el horario no nos libera como sociedad y como padres de sacar, por ejemplo, el teléfono de la pieza. Hay muchas más cosas que se pueden hacer”, dice Beebe.
Aquí, un estudio realizado por el Boston College utilizó datos de la prueba Timms 2011 y concluyó que Chile se ubica entre los ocho primeros países (de un total de 50) donde los escolares sufren mayor privación de sueño. Según ellos, casi dos tercios de los estudiantes de cuarto básico y tres de cuatro de los de octavo ven limitada la enseñanza de matemáticas y ciencias por la falta de sueño. El estudio tomó como base la opinión de los mismos profesores.
Paulina Medel, profesora de Lenguaje de séptimo y octavo del colegio Altamira -donde los niños llegan a las 8.30 pero las clases comienzan a las 8.45- dice que no hay una norma desde la casa para cuidar el sueño de los estudiantes. “Hay niños que me cuentan que se duermen tarde porque se quedan jugando Play o contestando el WhatsApp hasta las dos o tres de la mañana. A veces hay que pedirles que se vayan a lavar la cara porque no dan más”.
Por eso Medel les encuentra razón a los investigadores. “El horario ideal para hacer clases es de 10.30 a 12. Las sesiones son mucho más activas, hay más participación, más atención y posteriormente recuerdan mejor las materias que tuvieron a esa hora”. Dayana Acevedo, profesora de inglés en la media del Southern Cross, relata una experiencia similar: “Después del primer recreo, los niños están activos, ya han comido -porque algunos se vienen sin desayuno porque les da lata o porque salen corriendo-, entonces tienes a un niño que ya pasó por un proceso de despertar, se alimentó y compartió con sus amigos. Es lejos la mejor hora”. Con esto en consideración, varios colegios han optado por colocar los ramos “troncales”, como matemática o lenguaje, después del primer recreo de la mañana.
¿Se pueden cambiar los horarios? En el Mineduc explican que no mandatan ese aspecto, y que cada colegio lo decide mientras se cumplan las horas lectivas exigidas. Algo similar sucede en Estados Unidos, por lo que la recomendación de los expertos es que la determinación sea tomada en conjunto. “Las comunidades educativas deben informarse sobre las ventajas de este cambio y debatir sobre cómo implementarlo mitigando cualquier dificultad”, dice Wahlstrom.
Entre estas dificultades está la preocupación de los papás para coordinar las nuevas entradas con las de sus trabajos, el choque con las actividades extracurriculares, el caso de los jóvenes que trabajan o cuidan a sus hermanos pequeños, entre varios otros. Pero Wahlstrom aclara que, dado que el cambio sí puede ser disruptivo, en caso de que un un colegio se decida a retrasar la entrada es mejor hacerlo “con todo”, es decir, que sea significativo y retrase al menos una hora la entrada, para así obtener todos los beneficios.
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Fuente: La Tercera www.chiledesarrollosustentable.cl