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WhatsApp ahora es un tema de familia
WhatsApp nos está haciendo más sociables con nuestra propia familia. En los «grupos» que se arman con los parientes, se cuentan de todo: lo que hacen, lo que no, lo que comen, si hace frío o hay taco. ¿Resultado? Estamos reforzando nuestros vínculos y nuestro sentido de pertenencia. Nada de mal para ser tecnología, ¿no?…
ARMEN Luz no se pudo resistir. Sus cuatro hijos hablaban todos los días por WhatsApp, mandaban fotos de sus nietos, hacían chistes… Ella se sintió al margen. Entonces, a sus 73 años, dejó su anticuado aparato, se puso al día con la tecnología de la mano de un iPhone y se unió al grupo. “Ella es la más feliz de que le hablemos todos los días”, dice Raquel Campos (48), una de sus hijas.
Tomás Fernández (23, estudiante de Ingeniería Civil en la UCV) está en tres grupos de WhatsApp. Uno de ellos, con sus papás y hermanos. Y hablan tupido y parejo. “Esto distendió la relación familiar y la comunicación con mis papás”, cuenta. Eso quiere decir que ya no le da lata cuando los ve aparecer en la pantalla de su celular.
Francisca Molina (35, sicóloga) está en un grupo en el que se cuentan su marido, suegros, cuñados, sus parejas y una sobrina. Doce personas de entre 62 y 15 años. “Ya éramos una familia unida, pero ahora sabemos mucho más de la vida de todos, porque esto es como acompañarse en el día a día. Nos gusta esta dinámica”, dice.
Así, cualquiera sea la dinámica particular, ellos tienen algo en común: un grupo en WhatsApp con su familia. Una moda a la que se suman cada vez más personas y que, aunque no nos damos mucha cuenta de ello, nos mantiene más vinculados, nos refuerza el sentido de pertenencia y ganamos en cercanía. Este tipo de comunicación, aunque no lo parezca, rompe con algunos de los augurios negativos sobre la tecnología (que impide el cara a cara, que ya nadie habla, etc.) y nos permite relacionarnos de mejor manera o con mayor intensidad, con personas de otras edades con las que, habitualmente, no conversamos de aspectos cotidianos.
Y, de verdad, por este tipo de conversaciones se cuenta de todo: qué tal el día, la oficina o el menú del casino o del restaurante de turno (con foto del plato incluida). Si hace frío, si hay taco o si vamos atrasados. También se hacen invitaciones espontáneas (del tipo “hoy asado en mi casa, quién se suma?”), se comenta la actualidad y se “compite” por quién hace el mejor chiste del día. O, simplemente, se parte la mañana con un “buenos días” a la masa.
“Así partimos el día nosotros, con un ‘buenos días’. Si se demora mucho el resto, lo digo yo”, dice Raquel Campos y cuenta que incluso su hermano mayor, Alejandro -el más arisco de los cuatro-, cedió a la nueva moda. “Es súper poco comunicativo y nunca sabíamos nada de él. Ahora le cobramos sentimientos por el grupo de WhatsApp: ‘Oye, pero cuenta algo, cómo te ha ido, cómo has estado…’. Y nos responde. El entiende que no es en mala onda, que es una forma de regalonearlo”.
Alejandro no está obligado ahí. Nadie lo está, de hecho. Cuando los grupos se arman, el que no quiere participar no lo hace. A veces se convoca sólo al núcleo que forman papás e hijos, y otras, a todo el choclón familiar: papás, hijos, tíos, primos, sobrinos, yernos, nueras, etc. También se crean grupos con el nombre de un evento específico: nacimientos, cumpleaños, vacaciones o aniversarios. Pero, cualquiera sea el caso, estos grupos están cumpliendo una función: mantener a todos sus miembros al día sobre las noticias de la familia. ¿Y por qué nos podría gustar eso?
“Porque vincularnos con ellos es una necesidad básica”, comenta a Tendencias Terri Apter, sicóloga de la Universidad de Cambridge y experta en familia. Estar así de conectados nos entrega la sensación de que formamos parte de algo a cada momento. Incluso cuando estamos lejos, la seguridad de que podemos seguir el ritmo de las cosas que van pasando, de los cambios en la vida de quienes nos importan y ser capaces de contar nuestras propias novedades recibiendo de vuelta, en cosa de segundos, un “¡felicidades!” o “pucha, ánimooo!” nos puede cambiar el ánimo del día, sigue Apter.
¿Le parece muy invasivo? No lo es. O menos de lo que usted imagina. La gracia de esto es que un comentario abre la puerta de una conversación y uno decide si la cruza o no: contesta cuando puede, cuando quiere o cuando le interesa el tema. Si no, no nomás Y no pasa nada. Pero la gracia de este intercambio cotidiano es que les da continuidad en el tiempo a las relaciones con la familia.
“Antes, cuando te veías con tus familiares, tenías que partir con preguntas como: ‘¿En qué estás?’. Hoy sientes que retomas una conversación que venía de antes por lo que hablaste en WhatsApp”, cuenta Andrea Lasch (34 años, arquitecto), quien comparte un grupo con 13 tías y primas, de entre 12 y 62 años.
“Es verdad. Esto permite conversar de las cosas más importantes porque lo cotidiano ya es sabido. Se gana en profundidad. ¿Si somos más unidos por este grupo? Siempre pensé que éramos unidos, pero ahora es más tangible”, dice Claudia Lasch, una de las tías del grupo. “Encuentro que se ha generado una complicidad muy entretenida”, complementa Andrea.
También se gana en cercanía. Bien lo sabe Soledad Marchi Lasch (25, estudiante de cine), quien vive en Italia hace cuatro años y comparte el mismo grupo. “El contacto cotidiano es fundamental porque en mi familia están mis mejores amigos y los que han estado cerca siempre que los he necesitado, aunque sea a la distancia”, cuenta desde Roma.
Así, a la distancia y por el grupo de WhatsApp, la Sole vio las fotos de su sobrina, hija de Andrea, a sólo horas de haber nacido. “Por el grupo puedo seguir el crecimiento de Laurita hasta que pueda conocerla en persona”, dice. Y también sintió de cerca la recuperación de Martina, hija de Claudia, cuando tuvo un accidente en la nieve. Hablaban todos los días, se mandaban fotos y la Sole trataba de subirle un poco el ánimo. “Lo que me pasa es que cuando leo los mensajes veo sus caras y siento sus voces”.
Tal cual. Como si estuvieran sentados en la misma mesa, sigue la idea María Rosario Sádaba, experta española de la U. de Navarra y una de las autoras del estudio “La Generación Interactiva en Iberoamérica 2010”. María Rosario tiene seis hermanos desperdigados por Italia, Alemania y algunas distintas ciudades de España y con ellos comparte un grupo desde hace un par de años. En la era pre WhatsApp, probaron acortar la distancia con un blog y por correo electrónico. No era lo mismo.
¿Qué cambió? “Además de la intensidad en la comunicación, WhatsApp te permite sentir a la gente especialmente cerca, lo que las otras herramientas tecnológicas no lo lograron como ésta”.
ES SOLO UN MOMENTO
Sabemos que la tecnología está determinando la manera de comunicarnos. El teléfono, por ejemplo, lo usamos cada vez menos para hablar. El texting (mail o chat) está ganando camino. Y los más jóvenes, incluso, evitan el contacto cara a cara: empiezan o terminan pololeos por Facebook o mensajes de texto. Si esto le parece un panorama muy desolador (y piensa en que todo tiempo pasado fue mejor), los expertos coinciden en que, esta vez, nos encontramos con algo que rompe lo negativo del discurso dominante sobre la tecnología para comunicarnos: estos grupos de WhatsApp nos acercan más que nos separan.
¿Y por qué cobró tanta relevancia mantenernos en contacto por una vía como ésta? Porque el entorno nos va alejando y la necesidad de saber unos de los otros es la misma. Hoy podemos estudiar, trabajar y vivir en ciudades y países que están lejos de nuestra familia. O en la misma ciudad, pero a horas de distancia. Y la necesidad de vincularse con la familia -nuestra certeza más vital en un mundo con tanta incertidumbre- que antes se satisfacía de manera más presencial, hoy se hace cada vez menos posible, explica María Rosario Sádaba.
Es lo que le estaba pasando a Magdalena Lira (26, ingeniera comercial). A medida que los primos iban creciendo, cada vez se veían menos. Es obvio: están más grandes, cada uno tiene ahora su propia familia y los que no, su propio panorama. Y las tradiciones familiares se estaban apagando: el paseo de cada 18 de septiembre al Cajón del Maipo tenía cada vez menos fuerza. Hasta que 19 primos (de entre 15 a 30 años) armaron un grupo de WhatsApp. “Nos ha ayudado a generar nuevas instancias para juntarnos. Fue como retroceder a hace 10 años. Nos volvimos a encontrar y a estar más conectados. Se recuperó un espíritu”, dice Magdalena con algo de nostalgia. Y el paseo al Cajón del Maipo ahora lo organizan los primos, no los tíos. “Dijimos: ‘esto no se puede perder’ y ahora depende de nosotros”.
Lo curioso (o no tanto) es la diversidad de edades que se ve en estos grupos. Es como sentar a la mesa todos los días, a cada rato, a tres generaciones distintas. ¿Lo haría usted? “Antes te juntabas por afinidad de edades y hoy nos da lo mismo. Yo pensaba que tenía poco en común con mi prima de 12 años (María Jesús) y ahora me doy cuenta de que tenemos más de lo que pensaba. Hoy el gran nexo es que somos parte de un grupo que nos tiene siempre en contacto con la vida de todas”, dice Andrea Lasch. Algo parecido piensa su tía Claudia. “Es rico que mis sobrinas quieran contar lo que les pasa y que te incluyan, porque podrían hacer un grupo de WhatsApp sólo con sus primas. Sé que no es común que ellos (los más chicos) compartan tan fácilmente sus cosas. Creo que el WhatsApp lo facilita. Me di cuenta de que para ellos es importante sentirse parte de la familia”.
Es lo que explica a Tendencias Robert Milardo, profesor de Relaciones Familiares de la Universidad de Maine, Estados Unidos: las relaciones con los miembros de la familia, incluyendo padres, hermanos, tíos, abuelos y primos, es de lo más duradero que tenemos. “Y mantener el contacto con ellos ayuda a situar nuestra biografía personal en un conjunto de relaciones de por vida”, concluye.
Fuente:latercera.com