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La agitada historia de Beatriz Canales, la emprendedora que quiere sacar la voz en favor de las PYME

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Encontró en la elaboración de galletas y tortas sin gluten, sin azúcar y sin lactosa, la receta de Dulcelia, un exitoso negocio que, por sobre todo, le trajo una gran satisfacción personal. Como empresaria no oculta su malestar con un sistema que, a su juicio, es hostil con los actores más pequeños.

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Beatriz Canales tiene una biografía casi cinematográfica. Hace más de dos décadas salió de Arica junto a sus cuatro hijos en un furgón con destino a Santiago para “huir” de los maltratos que venía sufriendo al interior de su matrimonio, en una travesía de tres meses que terminó cuando en la capital encontró trabajo como reponedora de quioscos en la Feria del Hogar que se realizaba en el recinto FISA de Maipú. Dejó de ser “fugitiva” y dio sus primeros pasos como emprendedora, ya que se aventuró en el rubro de los casinos y restaurantes. El negocio partió viento en popa, pero a la postre quebró y se vio obligada nuevamente a partir de cero.

Fue una época en la que también tuvo un acercamiento con la salud, ya que trabajó con casinos de clínicas, lo que le permitió darse cuenta de la escasa oferta de alimentos destinados a pacientes celiacos, con intolerancia a la lactosa y diabéticos. Así nació la marca Dulcelia, cuya historia de esfuerzo y superación fue seleccionada este año por el programa Valor Empresario, una mirada diferente de Bci.

Actualmente Beatriz Canales está dedicada a la elaboración de tortas sin gluten, sin lactosa y sin azúcar, a abastecer en colegios y cafeterías de institutos y universidades productos que cumplen con las normas de la nueva Ley de Etiquetados, a impartir cursos de pastelería dietética en municipalidades y a un nuevo emprendimiento que, asegura, llena su parte espiritual, que consiste en una pequeña clínica en la que realiza terapias complementarias.

“Yo soy una agradecida de la vida a pesar de todo lo que he pasado, porque me ha enseñado a vivir de mejor manera. Creo que una de las cosas que me sirvió, paradójicamente, fue haber vivido en la calle, porque a mí no me da miedo vivir en la calle, no me da miedo perderlo todo. No me da miedo porque ya lo viví, ya sé cómo es. Si conversas con mis hijos también van a decir lo mismo, porque ya han pasado hambre, han pasado frío. (…) Ellos saben cómo vive la gente que no tiene nada (…) entonces ahora están disfrutando de lo que tienen”, reflexiona.

Ser PYME en Chile: “Los más atacados”

A la hora de analizar la situación de las Pequeñas y Medianas Empresas (PYME) en Chile, Beatriz Canales saca la voz. Y lo hace con un reproche hacia un sistema que, afirma, es “poco amigable” con su sector, al contrario de lo que sucede con los grandes empresarios.

«Siento que los gobiernos no son amigables con el pequeño empresario. Estoy segura que nosotros mantenemos todas las multas de los grandes empresarios, que debieran ser en base a los ingresos», dijo, explicando que lo que ocurre en la realidad es que  «si a mí me cursan una multa de $1.200.000, al gran empresario le  cobran la misma multa por el mismo hecho; él  tiene una gama de abogados para defenderse, yo no tengo ni uno, por lo tanto $1.200.000 es todo mi capital y se lo tengo que pagar al Estado… y más encima te castigan timbrándote cinco facturas».

«A la larga, a pesar que los microempresarios somos la fuente laboral más grande de Chile, somos los más atacados», se quejó.

Y sobre este punto concluye: “Yo muchas veces he querido utilizar los medios para hacer un llamado a los microempresarios, porque aquí todos alegan por todo ¿Pero cuándo han visto a un microempresario salir a alegar? Trabajamos calladitos, asumimos calladitos, pagamos las multas calladitos y no alegamos, porque sabemos que un día que perdemos, es un peso menos que ganamos y ese día tenemos que pagarle  al trabajador, no podemos darnos ese lujo”.

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Camino al éxito

Tras el fracaso de los restaurantes, los artefactos de cocina que habían sobrado quedaron acumulados en el patio de su casa. En ese instante junto a su hijo mayor decidieron sacarles provecho y construir «ladrillo a ladrillo» la que terminaría siendo una fábrica de alimentos especiales.

“Yo traía la experiencia del casino de clínica y había un supermercado, el Jumbo, donde de Providencia para arriba encontrabas productos para celiacos; de Providencia para abajo no encontrabas nada. Por lo tanto dije ‘ahí hay un nicho que a nadie le interesa’. Nadie creía en mí, todos me creían loca. Empecé a averiguar, empecé a aprender en ‘san Google’, (…) a sacar recetas, a traducirlas y a echar a perder, hasta cuando logré hacer galletas. Mi hijo que estudiaba publicidad me hizo los primeros formatos para cuatro productos: Dulcelia, Chocolate, Amorino y un surtido que se llamaba selección de Dulcelia”.

Con esos cuatro productos logró entrar a los supermercados Tottus, donde reconoce que le tuvieron paciencia, ya que no producía los volúmenes que le exigían en un comienzo, y donde le pagaban puntualmente sus despachos. Tanta facilidad la atribuye al hecho que le tocó, por fortuna, tratar con un ejecutivo que era celiaco.

Más tarde ganaría un proyecto de Sercotec y recibiría el apoyo de  jóvenes de DuocUC que la ayudaron a mejorar el márketing de sus envases. También logró producir el manjar que se transformaría en el producto estrella de sus tortas.

“Era un cacho,  porque lo hacía como las mamás en épocas pasadas. Era estar con la olla batiendo todo un día, después envasarlo y dejaba un margen de utilidad bajísimo, pero a mí me interesaba porque ahora mis tortas son famosas gracias a ese manjar, porque no existen tortas en el mercado ni tampoco existe un manjar como el mío, ni menos tortas que cumplan con los tres requisitos: sin gluten, sin lactosa, sin azúcar”.

“Un ángel guardián”

Beatriz Canales es una mujer de fe. Lo deja en evidencia cuando relata por qué su marca Dulcelia más que un negocio es un “compromiso” que adquirió en un momento clave, cuando estaba ad portas de dejar el rubro para dedicarse a la panadería tradicional.

“Hubo un tiempo en que con las galletas me iba bien, pero no alcanzaba a cumplir las metas económicas para abastecer mejor mi casa, estaba al ras. Entonces en un momento me dije ‘esta cuestión la voy a eliminar, voy a hacer una panadería normal y me va a ir mucho mejor’. Pero Dios siempre me ha puesto en el camino a un angelito guardián.

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Relató que un día que regaba el jardín de su casa, llegó hasta su puerta un niño de unos 14 años para preguntarle si vendía pan para celiacos. Le dijo que no, que sólo preparaba  algunos a pedido. De todas maneras lo invitó a pasar para entregarle una mitad de pan de molde de ese tipo que había hecho para ella y se lo pasó para que lo llevara a su casa.

“No señora, me dijo, ¿por qué no me parte un pedacito y me da? Y metí al tostador una tajada de pan. El niño lo saboreaba como si hubiera sido un manjar. Lo miré y le dije, hijo estás saboreando este pan como si fuera un dulce y me contestó, con los ojos llorosos: ‘es que yo nunca había comido pan señora, nunca’. Todavía me emociona”, recordó Beatriz.

Fue para ella un mensaje que no podía ser al azar. “Ahí adquirí un compromiso. Nunca he querido ser millonaria, Dulcelia es mi quinto hijo, y más que económico es un tema social. Cuando llegó ese niño me dije que esto no puede ser. Entonces mi objetivo fue que los niños celiacos, los niños diabéticos o con alguna enfermedad gástrica pudieran celebrar su cumpleaños como un niño normal. Por eso me puse a investigar y a trabajar hasta conseguir lo que tengo ahora».

 

Fuente: El Montrador
www.chiledesarrollosustentable.cl

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